Poesía

Libre

Si la muerte llega ahora,
si libre entregas tu sangre y tu luz,
si dejas que la ola el pecho quiebre,
si te abandonas,
si las palmas de las manos ofreces,
si no temes la soga ni el puñal...
nadie por ti vendrá.
Los ojos vivos, la carne que tiembla
mientras aguarda la sombra que llega
y tu rostro comienza ya a tocar.
Ver más allá del final
la brisa entre las hojas,
las conversaciones plácidas,
jóvenes que caminan descuidados,
piel que brilla en el claro atardecer.
Gozar más allá de la oscuridad
sonrisas y amores, suaves caricias
que ya no sentirás.
Si cambias el temor de este instante
por vidas sin violencia ni injusticia
que otros -desconocidos- tendrán;
si hoy la muerte aceptas
sin reproches ni esperanzas, confiando

que algún día la hierba crecerá,
cubrirá las piedras ensangrentadas,
verdearán las rocas arrojadas
y nadie entonces ya recordará
este dolor fatal.
Confiando, sí
que esta noche a punto de llegar
sueño será, oscuro y frío, mortal;
pero sueño al fin, sueño del que alguien,
-otro- despertará.
Confiando, sí
en la mañana en que el niño o la joven,
la mujer o el anciano,
serenos y tranquilos, aburridos quizás,
ignoren que la libertad que tienen,
la seguridad, la prosperidad
aquí fueron ganadas,
la tarde en que supiste
que esa mañana que no verás
más importa que la vida que pierdes,
que el recuerdo y la memoria
que contigo desaparecerán.
Si estas cosas haces,
un beso -el mío- en la frente, al morir,
recibirás.

Eterna mortalidad

Mucho ha pasado en el mundo,
mucho ha pasado y no he visto.
Dicen que una vez
hubo faraones,
que hubo constructores
de enormes pirámides;
que hubo guerras violentas
(¿acaso las hay pacíficas?);
una vez hubo un campesino
que cultivaba tierras junto al Nilo
y murió ahogado al volver
una noche a su hogar;
hubo una muchacha
que besó a su novio
y con él se casó;
hubo una vez un sacerdote
que ofrecía sacrificios
a un dios olvidado
en Asia Central.
Hubo un ferrocarril
que descarriló en Santa Clara.
Hubo una mina que se hundió,
hubo un rojo anochecer
calmo y sereno
y un anciano que lo vio
y lloró.
Hubo una vez un mar
que se enrabietó
y un niño junto a la playa
se asustó.
Hubo una vez una emperatriz
que amaba a su criada,
y nunca nadie se enteró.
Hubo un incendio que duró mil años;
eso fue hace tanto tiempo
que nadie lo recuerda
porque nadie había
nacido ya;
tan solo había lluvia, viento, nieve,
relámpagos a veces.
Hubo tantas cosas grandiosas,
tantas cosas pequeñas,
tanto amor, tanta belleza,
tanto dolor, tanta vida
tantas cosas que ni me rozaron.
Habrá tantas cosas, tantas,
cuando yo ya me haya ido,
tantas cosas que me hacen llorar
esta noche, aquí,
al borde del más inmenso mar.
Aquí, donde nos juntamos
tantos dioses desventurados,
soledad contra soledad,
carne con carne virtual;
infinita, eterna mortalidad.