«Parla català!»

En los últimos días se ha producido un cierto revuelo en torno a una obra de teatro, representada en Barcelona, y que tiene como tema la imposición del estudio y del uso del catalán, tal y como es percibida por algunas personas que llegan a Cataluña sin conocer la lengua. La producción es de un grupo de mujeres de origen latinoamericano, ha sido tachada de catalanófoba y, parece ser, el ayuntamiento de Barcelona ha pedido disculpas (la representación se había realizado en un espacio municipal, he creído entender).

El episodio es significativo y merece, por tanto, algún comentario.

Lo primero es ver de qué estamos hablando; esto es, qué es lo que se dice en la obra que, de acuerdo con los nacionalistas, resulta «catalanófobo». No he encontrado toda la obra, pero si la escena que, parece ser, ha sido la detonante de las críticas, y que puede verse en el siguiente vídeo.

Aparte de ésta, sin embargo, creo que también ha de verse esta otra:

La primera de las escenas representa a una persona que se expresa en castellano en un centro de salud y que tan solo recibe respuestas en catalán. Le repiten que tiene que aprender catalán y luego se ve una escena que, se supone, es de una escuela de catalán para adultos. Luego, la misma persona, que ya tiene su título de catalán, busca trabajo y se vuelve a encontrar con la exclusión, a lo que sigue una invocación, dirigida al público, en la que la mujer se pregunta qué es importante: ¿saber catalán o la salud o poder completar los trámites administrativos?

La segunda escena me parece que representa una entrevista de una mujer con una trabajadora social o equivalente. En ella, la exigencia del aprendizaje del catalán también aparece, aunque con otros temas, como la existencia de requisitos aparentemente absurdos para obtener las ayudas solicitadas, la «amenaza» de un tratamiento psicológico si la persona que solicita ayuda no se pliega a las exigencias del sistema y la necesidad de pasar por clases de «empoderamiento». En esta segunda escena creo que se transmite la sensación casi diría de humillación por la que pasa quien recurre a determinados servicios que, junto con la ayuda que ofrecen, trasladan también al beneficiario la necesidad de adaptarse a una determinada forma de entender el mundo. En esta forma de entender el mundo está la exigencia del aprendizaje del catalán.

A partir del visionado de los fragmentos polémicos de la obra podría debatirse si se ajustan más o menos a la realidad; y siempre partiendo de que es una obra artística y no un documental (aunque los documentales también son arte). No creo, por ejemplo, que en las clases de catalán para adultos bailen en corro; pero me parece que capto lo que quieren transmitir: personas adultas, con bastantes preocupaciones y trabajos, tienen que pasar horas en un aprendizaje que, supongo, en algunos casos puede resultar infantil (casi siempre el aprendizaje de los idiomas, incluso cuando están diseñados para adultos, es, en cierta forma, infantil; conozco pocas excepciones). En esta línea, la crítica a la imposición del catalán es bastante clara y, además, se corresponde en buena medida con lo que se conoce y que he tratado abundantemente en este blog y en otras publicaciones.

Por supuesto, lo anterior no quita que existen personas que no han podido ser atendidas en catalán pese a haber querido recibir explicaciones en esa lengua; pero el que se den estos casos no supone que lo que cuenta la obra no sea cierto. En cualquier caso, no quiero extenderme más en ello, porque lo que me parece más relevante es la reacción nacionalista a la obra de teatro. Tal y como se ha indicado, desde el nacionalismo se ha tildado la obra de catalanófoba, se han pedido explicaciones al ayuntamiento y se ha iniciado un linchamiento en redes sociales que denunciaba hace unos días Impulso Ciudadano.

Se dice que la obra es racista y que muestra odio hacia el catalán y su cultura y que hay que hacerles la vida imposible, difundiendo el nombre de las integrantes del grupo.

Desde mi perspectiva, como digo, lo relevante es la reacción y que, incluso, el ayuntamiento de Barcelona haya pedido disculpas por la representación. Se podrá discutir o no el contenido de la obra (partiendo, además, de que se trata de una obra de ficción); pero, ¿nos damos cuenta de lo que implica que ni siquiera sea posible plantearlo, que se considere inadmisible que escenas como las que encontramos en los vídeos precedentes puedan ser representadas? La reacción nacionalista a la crítica, como la de todo totalitarismo, es visceral y contundente. Dado que su control sobre la sociedad se basa en el mantenimiento de un determinado relato que todos deben asumir, cualquier planteamiento alternativo ha de ser expurgado antes de que ponga en riesgo la ideología oficial. Es una reacción muy semejante a la que vimos hace unos años con el caso de la enfermera que se atrevió a criticar la exigencia del nivel C1 de catalán para acceder a una plaza fija en Cataluña. ¿Se acuerdan?

Al igual que en aquel caso, el protagonista es la lengua; y no es extraño.

En Cataluña, la lengua mayoritaria es el español. Más de la mitad de los catalanes la tienen como lengua materna, mientras que el catalán solamente lo es de un 35% de los catalanes. El español, además, es la lengua común para muchos extranjeros que viven en Cataluña y tiene un amplio uso social, pese a los obstáculos que se ponen a él desde la administración.

Sí, sí, obstáculos, porque ¿no son obstáculos las multas lingüísticas? Se exige que los establecimientos comerciales estén rotulados «al menos» en catalán; pero ¿quién va a poner un rótulo bilingüe en su establecimiento como si fuera el panel de un aeropuerto? La exigencia de rotulación en catalán en la práctica es una exclusión de la rotulación en castellano (o en cualquier otro idioma) y como la realidad acaba imponiéndose, ahí están los denunciantes profesionales para iniciar procedimientos sancionadores contra quienes enturbian las calles de Cataluña con rótulos en castellano.

¿No es obstáculo que las instrucciones del Departamento de Educación impongan que el catalán sea la lengua que se utilice en las reuniones, comunicaciones y documentos del sistema educativo, obligando a quien quiera recibir la documentación en español a solicitarlo? ¿No es obstáculo que se imponga incluso a quienes realizan actividades extraescolares en los centros educativos que estas se desarrollen en catalán, pese a que la lengua de la mayoría de los alumnos ¡y de muchos profesionales y de los propios profesores! es el castellano?

Los nacionalistas y las administraciones que controlan realizan un ímprobo esfuerzo para intentar modificar los usos lingüísticos de la población de tal forma que lo que ahora es una sociedad que se entiende en catalán y en castellano; pero más en esta última lengua que en la primera, acabe siendo una sociedad catalanohablante; y esta es una tarea tan difícil de por sí que no puede permitirse que los que tienen que acabar pasando por el aro muestren dudas o reticencias.

  • ¿Hasta dónde vamos a llegar si las personas comienzan a exigir que la administración utilice una lengua oficial que no debería estar en peor situación que el catalán?
  • ¿Qué sucedería si los ciudadanos se dieran cuenta de que -como se dice en una de las escenas- lo importante no es la extensión en el uso del catalán, sino la sanidad o el cumplimiento de los trámites administrativos?
  • ¿Podríamos, a partir de lo anterior, exigir que la escuela tenga como misión fundamental la formación de los alumnos y no -como sucede ahora- la extensión del conocimiento y uso del catalán?
  • ¿Correríamos el riesgo de darnos cuenta de que la política lingüística es una enorme rueda de molino que la sociedad catalana se ha puesto al cuello y que nos impide desarrollar todo nuestro potencial?
  • ¿Acabarían algunos cayendo en la cuenta de que de ninguna forma está justificada la subordinación actual del castellano frente al catalán, una subordinación que no solo es de lenguas, sino también de hablantes, porque, como dicen los informes internacionales, la discriminación de las lenguas acaba siendo también discriminación de las personas?

La obra de «Teatro sin papeles» (que así se llama, creo, el grupo de actores aficionados) denuncia esa imposición desde la radicalidad del sentimiento de quien se ha visto discriminado por su lengua en un lugar en el que esa lengua no solamente es oficial, sino que, probablemente, es conocida por quien insiste en dirigirse a ella en otra con el propósito de obligarle a aprenderla y también a usarla. El nacionalismo, que pretende que quienes «vienen de afuera» han de adaptarse a las costumbres locales y que, en el caso de Cataluña, opera no solamente como exigencia respecto a los inmigrantes, sino también hacia quienes no tienen esta condición pero se niegan a asumir los dogmas nacionalistas, muestra en la reacción ante esta obra su rostro intransigente.

Es por esto que el rechazo virulento, pretender que la obra es catalanófoba (¿por qué? ¿denigra el catalán o a quienes lo hablan? Se limita a trasladar la experiencia de quien sufre la imposición de esa lengua), racista (hay que reirse ante una acusación semejante) o que genera odio; lo que nos muestra es la verdadera cara del nacionalismo intolerante que pretende que solamente hay una manera legítima de estar en Cataluña, la que ellos dictan.

Y ante esto no caben medias tintas; o se está con quienes acusan a «Teatro sin papeles» de catalanofobia o con quienes apoyan que la libertad de expresión alcanza a cualquier opinión o manifestación; incluso aquellas que no hacen más que reflejar realidades incómodas para el nacionalismo.

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