Otros poemas

Examen

Verde viento bailotea,
juega con los árboles inmóviles.
La tarde inicia su marcha,
lenta y sosegada su andadura;
claridad azul del cielo,
luz dulce y misericorde.
El mundo se detiene un instante,
sonríe y se satisface,
exhala otra vez el aire;
la hoja suspendida gira
y danza, altanera, entre los árboles.

Duda que quema
y te atraviesa,
la verdad apenas entrevista
huye y se esconde.
De pronto, la mente se serena,
se hace consciente la imagen.
La ve con luz clara.
Trazo que vuela,
que cubre la hoja,
da la respuesta que a nadie importa;
sólo a aquél junto a la ventana
que distraido sueña,
pleno de azul,
con una hoja,
con la luz,
con el aire.
Tú.

Tristeza

Un mundo
desnudo de palabras.
Un niño
sentado a la puerta.
Espera.
Una calle,
en un barrio,
en una ciudad
de cemento
de almas atrapadas,
cansadas.
Un niño que espera
sentado a la puerta
de una casa
cualquiera.
Tarde de cielo gris.
Hora de nada.
Mira la calle
para verla
cuando llegue
con su falda,
sus caderas,
su sonrisa,
blanca y fresca;
para besarla
y olerla
y quererla.
Y tiene la esperanza
de que la noche
no venga
y hoy pueda tenerla.
Pero llegan
y se lo llevan
y en el coche piensa:
¿y si es verdad
y está muerta?
¿Y si ya no puedo
mirarla sin que ella
me vea?
¿Y si ya no puedo
olerla
sin que ella me huela?

Sombras

En el centro de la ciudad
hay edificios de cristal.
Están llenos de personas.
Silenciosos ascensores
las llevan a las alturas
y allí,
desde salas y despachos,
miran la ciudad,
tendida a sus pies.
Llegan temprano,
se van de noche
cargados de papeles,
importantes.
Vienen de muchos lugares:
de barrios obreros
de aceras estrechas
y edificios altos;
de casas elegantes,
con piscina y criada.
Todos son iguales,
quieren una sombra
en el mundo de los hombres.
Follan entre ellos
(para ligar
no hay tiempo).
Son inteligentes,
trabajadores,
sensibles.
Algunos escriben poesías,
en sus ordenadores plateados;
y luego las cuelgan
en algún blog olvidado.
Pero no les hacen caso
-a sus poesías-;
lo que cuenta es su sombra
en el mundo de los hombres.
Y un día desaparece la sombra
y piensan que ya no están
que ya no son;
pero su carne, su sangre ahí sigue;
es el sol el que se ha apagado
porque llega la noche.

Noche y luna

Rojo, verde, azul;
colores primarios
relucen bajo un cielo estrellado
en la noche blanca y negra
que iluminan tus muslos
acerados.
Descansa la luna en ellos
y el reflejo tornasolado
de sus rayos
hace estallar campo y flores.
¿Quien pudiera contar
lo que fue aquella noche,
clara como el día,
en que tus caderas fueron almohada
y compañía?
No recuerdo olores
no recuerdo sabores,
tan solo recuerdo
colores
en la noche blanca y negra.

Bestias

Es inútil la ira
que contra las bestias
dirigirás.
En su espalda se carga
la feria y el altar,
pura vanidad.
Saltimbanquis y sacerdotes;
esplendor de fuego y colores;
torbellino que gira
y en el que habitas.
Sobre ellas duermes,
plácidamente.
Despiértate y salta;
y verás los bueyes marchar
bajo la luz crepuscular
mientras a ti te envuelve
la oscuridad.

Verde y azul

Bajábamos
por la carretera;
tras los árboles, el cielo.
Al final una curva,
entre el azul y el agua.
Frescor en la mañana.
Estaba fría el agua,
cogía tu mano helada
y la besaba.
Un prado a lo lejos,
los castaños y robles
sombra nos daban.
En la hierba yacer,
abandonados.
Tu carne blanca
entre los verdes
de las hojas, del agua.
Tus labios blancos,
tus ojos fríos;
la curva junto al agua.
Tu falda desgarrada,
la sangre de mi frente
que sin parar manaba;
el coche que sacaron
del fondo del regato.
Cadáveres tumefactos.

Valle

En la noche les guie.
Bajamos la montaña
batiendo el corazón
en el frío y el negro.
Masticaba la niebla,
olfateaba el aire helado y gris,
caía la nieve en nuestras espaldas.
No erraba en el camino
que llevaba hasta el valle.
Ninguno se perdió
y pudimos vivir
otro verano más.
¡Hace tanto de esto!
Fue en el tiempo olvidado,
antes de que empezáramos
a encarnarnos en hombres.

Zúñiga

Todos somos héroes,
todos los que vivimos.
Todos los que vivimos somos héroes;
y algunos lo saben.
Jugar a la pelota
en el patio hostil
de un colegio gris.
El miedo a no tener,
el miedo a fracasar,
¡estudiar!
Entre las sombras yace
el no durmiente,
se agita y lo aplacas
por un tiempo.
Y eres feliz
¡cómo no! lo eres.
Sabes cosas con las que gozas
y te gozan.
Y el mundo es perfecto
por un tiempo,
por un momento
eterno, eterno, eterno.
El tiempo sin tiempo
perfecto.

Elefantes

Lentos elefantes de trompas estruendosas,
perversos caprichos de tristes indolentes.
Viajar acariciando madera y metal;
esperar sin gozar de la brisa y la luz,
incapaz de sentir la mano de los dioses
sobre campos tranquilos, bellos y serenos.
La santa hermandad de los que viven rechazas
para hundir tus manos y corazón en muerte
caprichosa, inútil, vacía y sin sentido.
Muerte busca muerte en las sabanas de África.
Vida aguarda humilde el rosa de la mañana.

Oración

Como los niños lloran por lo fútil,
así nosotros también Te pedimos
baratijas sin substancia,
chuches, piedras de colores.
Nos escuchas, sonríes, las ignoras.
Así ha de ser;
pero,
pero en aquellas que de corazón
para nuestro pequeño y dulce hermano
de rodillas te pedimos,
fíjate en el dolor y no en la causa.
Concédenosla, repárala,
que sintamos que sientes
del padre la bondad.

Música

Esa infantil transcendencia
de los conciertos
en que madres y padres
vuelcan su amor
entre piedras y notas,
lo encierran en grabaciones,
lo vierten en temblores y emoción
ingenua.
Esa infantil perfección
de la música intentada
por quienes ya no son...,
o mejor,
son;
pero aún
nos recuerdan
...
Esa música creada,
inefable, imperfecta.

Ladrones, asesinos,
corruptos, violadores.
Todos ellos perdón
alcanzarán;
pero aquellos que ruido
en concierto perpetren;
aquellos que la música
con ignorancia,
burla o desprecio
maten o quiebren,
estos...
estos misericordia
nunca hallarán.

Pradera

Al viento cuando vuelva
decidle que soy
aire insubstancial.
Mi mano toca el cuero,
la cincha y la rienda.
Siento el latido,
el olor en la grupa,
los cascos que golpean.
Me sostiene la tierra.
El frío en la cara,
la luz en los ojos.
Ya vuelo ahora,
jinete sobre la hierba,
pradera sin final.

Obra

En el sol de la tarde
se levantan ciudades de hormigón
y de hierro.
Músculos y sudor.
Polvo en el aire, calor.
Brazos en hermandad
que juntan agua y arena,
alisan el cemento,
remueven el alquitrán.
En el calor de la tarde
se pegan las grasas a los zapatos
y desde los automóviles
ojos furtivos
de quienes van y vienen,
contemplan la calle rota y quebrada,
en lo que estaba oculto se detienen
y admiran la forma en que se rehace.
En la luz de la tarde
se apura la jornada que ya acaba.
Son los jefes coronados
por el resplandor del sol
que roza ya las azoteas blancas.
Los cascos limpios y la ropa cara.
Se mezclan con la brea
sin hundirse en el negro.
Ellos también construyen,
también levantan ciudades de acero
sin manchas grises de obra en los dedos,
sin cemento adherido a los cabellos.
Sus axilas no están húmedas
ni enrojecidas sus caras.
Es otra su hermandad...
o no, quizás.
Los que miramos y los que construyen.
No hay más.
Así ha sido, así por siempre será.

Ajedrez

En el tablero aguardamos
en silencio agrupados, recogidos.
Más allá del blanco y del negro, otros
que como nosotros también esperan.
Cruz sobre blancas cabezas.
Piafan caballos silentes
junto a torres y alfiles.
La mano que nos guía
abre la batalla inicial, final,
la batalla.
Siempre adelante,
matando en diagonal,
Defendiendo, cubriendo
una casilla más.
Ya el tablero desnudo está,
tan solo uno aguarda el final.
Un rey poderoso
que por mi mano
morirá.

Baile

Un baile en la tarde ligera, fresca.
Violines que a tu mano bajan, callan,
suben y estallan.
Pulsaciones y ritmo, corazón.
Vuelan las faldas, se doblan rodillas,
manos que se entrelazan y separan.
Vibran las alamedas bajo sones
en los paseos al atardecer.
Un hombre, una mujer.

Tu cuerpo desnudo crucificado,
clavado en la noche por las estrellas.
Tu pecho agitado mientras aguarda
la lanza que quiebre tu carne abierta.
Se concentra el mundo en ese temblor
que espera la mano extraña que asciende
o desciende, gira sobre el vergel,
se detiene y obra
el milagro, el placer.

Amanece el día que no tendrá
ya atardecer.
Se levanta el sol por última vez.
Mañana otra música será
La que te acompañe
hasta el final.
¡Escribe lo que has vivido!
Y sueña
que algo, quizás, permanecerá.

Frühling

Kommt kalte, blaue Frühling!
Sonnenlicht streichelt die Wolken
auf den Bergen, unter dem Himmel.
Gras auf der Ebene
und unter den Linden
verlängert ein junges Paar
ein Kuss, einen Blick, eine Hand.
Kalte Finger und schnelle Herzen,
Rot zwischen Schnee und Nacht.
Hinter dem Fenster meiner Zelle
alles ist wie immer war.
Nur für mich ist die Welt
Bilder und Träume ohne Fleisch



En la noche la brisa
suave mueve un mechón de tus cabellos.
Indolente se mece sin que alcances
a domarlo, ni siquiera a rozarlo.
Tu cabeza erguida, mirada al frente,
rodilla en tierra, piernas separadas.
Las manos a la espalda, las muñecas
ligadas y los puños apretados.
Vence el fuego a la negra oscuridad,
de la batalla el ruido, a la vigilia;
el orgullo y la rabia, a de la muerte
el infantil temor.
Breve es el momento que aún te queda,
poco el aire que tu pecho tendrá.
Tus ojos buscan un postrer fulgor,
Un rostro amigo, la luz de la luna,
la sombra en el suelo de la palmera.
Se agita tu corazón, te golpea.
En la carne penetra el cruel machete,
fuego y estrellas giran sin control.
Cae la cabeza sobre la arena,
todo acabó.

Hierba

El viento meciendo la hierba alta,
y el viento meciendo la hierba,
el viento meciendo la hierba;
el viento meciendo.
Mecía y mecía la hierba el viento,
la hierba mecía y mecía el viento,
la hierba mecía
el viento.
Tan solo un momento, la hierba, el viento;
un momento la mano suave, el viento
en el aire, en la hierba que mecía.
Solo en una mirada, comprendía
el aire, la tierra, la hierba, el cielo.
Sabía, sabía que allí moría

Otros dioses

Ya son ancianos
quienes fueron engendrados
entre paracaídas,
en noches luminosas,
en tierras lejanas.
Son los dioses humanos;
pero más hermosos, honestos, sanos.
Si mueren, se les recuerda;
ninguna palabra en ellos es vana.
No hay dudas ni errores;
un devenir perfecto, inmaculado.
No son los dioses
espíritus solitarios,
siempre están en el centro
de mil miradas.
La luz restalla en sus rostros hermosos,
sol y lluvia respetan
el momento en que su boca
besa de otro dios sus bellos labios.
Son los dioses crueles y generosos,
su camino no se tuerce,
derriba los obstáculos,
aplasta a quien se opone.
No son misericordiosos los dioses,
matan y mueren,
mueren y matan.
Son dioses de la guerra,
dioses que engendran,
dioses que aman,
dioses que viven,
dioses que matan,
dioses que mueren.
Habitan en el tiempo,
como nosotros.
No son eternos,
como nosotros no somos.
Son como somos,
pero no existen,
como nosotros.

Sangre

Llama la atención
la poca importancia
que tiene.
Un líquido rojo,
fluye poco a poco.
Llevas la mano al vientre
y es como un pequeño
riachuelo
Refresca la mano
y ves el final.
Sientes como te vas.
Miras abajo,
al precipicio
por el que caerás.
Es extraño,
tu estás inmovil
en medio del caos
de piedras y árboles,
nubes y azules.
Tu amor ya no está,
se borra mientras viene
la oscuridad.
Pronto te llegará
el final.

Caer

Caer y levantarse,
sabiendo que al final
la última batalla
sin duda acabará
con tu cuerpo en el suelo,
los ojos ya sin vida,
el corazón vacío,
manos quietas y frías
y en el rostro feliz
una triste sonrisa

Cuando

Cuando otros vean brillar esas hojas al sol de la tarde
y al salir del coche cierren la chaqueta frente al viento suave;
Cuando la brisa agite pañuelos y cabellos,
el suelo arda y queme zapatos y recuerdos.
Cuando acudan presurosos entre otros compromisos
para abrazar al amigo, para cumplir con el deudo.
Cuando miren el reloj con un gesto de fastidio
y no presten atención a ojos y bocas secos.
Ahí, en ese momento que ahora imaginas,
en el blanco edificio junto a la carretera
entre coches y ruido, lánguidas miradas y piernas esbeltas,
alejado ya de penas y obras, del dolor y el premio.
Tan solo unas flores esparcidas,
un pañuelo de papel olvidado,
café y migajas de magdalenas.
El vacío en el centro de la sala,
con suerte alguien que llora,
el olvido, el final.

Traspaso

Un traje nuevo, funerario.
Estrellas vespertinas en el rostro.
Abrazo tierno y ya lejano.
Aquí, allá están entremezclados.
Rompen olas en la madera
cae espesa sobre nosotros
espuma de recuerdos, años.
Florecen las palabras,
la hierba sobre el mármol.
Fresco en la tarde, cielo encapotado.
Unas fechas en la piedra
es todo lo que, con tiempo,
de una vida ha quedado.

Amor y muerte

¿Qué metáfora se esconde en la muerte?
¿Existiría luz si no hubiera oscuridad?
¿Sabríamos que es de día sin la noche pasar?
Y sin embargo la vida...
en realidad nunca la podemos testar.
Cuando nos durmamos
ya no podremos despertar
y con gozo renovado
de la vida disfrutar.
Mientras vivimos
del dolor de una ausencia
no podemos gozar.
Cuando por amor morimos
en realidad lo que decimos
es que por amor vivimos
más allá de lo que se puede contar.
Cuando decimos que el amor nos mata,
que el amor con fuerza nos hace gozar
es lo que en verdad sentimos
y queremos expresar.
Alguno hubo que en serio se lo tomó
y por amor murió.
En su último aliento
seguro que sintió
el frío y el silencio,
la soledad;
la angustia y el llanto
al pensar
que el mundo dejaba
para la Nada abrazar.

Tranquilidad

¡Si en esa última tarde pudiera
el mar mirar con tranquilidad!
como el que con alma clara espera
al final un amigo encontrar.

Hoy

Siento hoy la vida tan cercana
que la muerte no me es extraña.

Yahveh

Dicen que Yahveh era una montaña.
Hay quien piensa que las olas que rompen
en los acantilados de la muerte
traen nuevas de quien habita el cielo;
algunos sueñan que el mar es un dios
colérico o dormido,
fuerte o, tal vez, vencido.
¿No son ellas olas, mar y montañas?
¿No son mujeres las que pastorean
las nubes en los cuentos infantiles?
¿Qué loco imaginó que Dios pudiera
ser en algún momento otra cosa
que puro amor de madre,
de amiga, esposa, hermana?

Playas

Las playas en verano,
el padre vigilante.
En los días de sol, azul del mar,
azul del cielo,
azul.
En los días de verano,
sombras entre los pinos;
entre las hojas, restos de la lluvia.
La lluvia, el agua,
la lluvia.
La piel sobre la arena,
el fulgente remanso al acabar
la luz, al empezar
la oscuridad.
En la casa, la noche.
No tememos ni el frío ni las sombras.
Es lo negro cobijo y paz, reposo,
firme tranquilidad
Guarda el mundo la mano
que, cálida, señala el horizonte,
los ojos que se clavan
en las olas verdosas de la mar,
el brazo que hizo fuerte
para jugar conmigo a ser un dios,
un protector, un guía,
Papá.