Uno

Mañana

Todavía el mundo es joven - pensaba.
Los milenios -destellos- se han consumido,
desde aquel soplo de brisa sobre el trigo,
aquella caricia en el rostro y en el alma,
la despedida en aquel partir incierto.
La muerte, entretanto, serena, esperaba,
aguardando el encuentro entre filo y cuello,
dejándose peinar por el suave viento
y gozando de la sombra del ciruelo;
deseando enrojecer el rojo fruto
con sangre, tibia y espesa, de un guerrero;
presta, también, para ceder la guadaña,
que segará la vida de quien escucha,
tranquilo y descuidado, soplar el viento,
suave, sobre el campo de trigo, sereno.

Tarde

Cuando se estrene la última tarde
¿qué libro leeré?
Cuando se ponga el último sol
¿qué recuerdo evocaré?
Cuando comience la última noche
¿qué temor me vencerá?
Cuando la sombra invada mi casa
¿en qué cuarto me hallaré?
Cuando mi mano busque otra mano
¿qué mano encontraré?
Destellos en un océanos de oscuridad

Nací.
Vi gente junto a mí,
lluvia tras los cristales.
Jugué.
Estudié, algo aprendí.
Creí amar y amé.
Engendré,
y ahora junto al mar
espero amanecer.
Mar

Si dejaras que el mar los pies te bese,
que se empapen tus muslos de sal y olas,
que se llene tu vientre de amapolas
y que el agua tu pecho sumergiese;
si nadaras a donde nada hubiese,
donde habitan las almas que están solas
y lucen a la noche agrias farolas;
si el rostro un beso helado recibiese
y el frío del océano quemara
la piel que envuelve el corazón durmiente;
si algún día tal cosa te pasara,
y sólo te encontraras, impotente;
abre los ojos para ver la cara
del que en la mar nos mata, complaciente.
Dioses

Los dioses le arrojaron a un bosque oscuro,
y se escondieron.
Los buscaba; pensaba que ellos jugaban.
Todo le recordaba su casa,
donde nunca había estado.
Una hoja era una real barcaza.
El viento traía el aire del Olimpo,
de la nieve virgen y blanca.
El sol hacía brillar un palacio de oro,
con jardines eternos,
vagos atardeceres
y rincones amenos.
Y, sobre todo, el amor,
multiplicador.
Esperaba con el corazón henchido,
latiendo.
Noventa y nueve, cien.
Despertó
en el silencio
de aquel bosque oscuro
de su nacimiento.
Y fue entonces cuando supo
que no era un juego.
Todos nosotros

Se arreciman encogollados sobre ocres barras de hierro
y gritarían su tristeza al viento
entre basuras y excrementos;
olor primordial, esencial.
Un cielo oscuro contra el mar inmóvil.
Las noches sin luna todo lo engullen.
Vomitan su negro sobre farolas de luces amarillas,
sobre ciudades de alquitrán y cemento.
El mundo se rasca los piojos apelotonados en su cabeza,
como manadas de cebras
huyendo de uñas grasientas.
Crecieron, se multiplicaron y movieron,
llegaban hasta el mar y se preguntaban
¿no hay más? y allí esperaban
escondidos en la sombra,
aguardando bajo alambres de espino.
Perdieron el recuerdo del calor de los bosques,
el sabor de la sangre en las manzanas.
Olvidaron el crepúsculo en las tendidas praderas,
el aire en el rostro, el cielo sobre la cabeza.
Escaleras estrechas, letras en los ascensores.
"Sí cabemos, nos apretamos".
Intimidad sobre el linóleo despegado;
cebolla, brillantina y heces;
ojos húmedos, furtivos, indiferentes;
cáscaras que se repelen.
Chabolas con suelo de tierra preceden a las paredes de doble papel,
las ratas quedan atrás y debajo;
resbalan en pulidas tuberías de acero
que llevan el gas a quienes viven encogollados sobre ocres barras de hierro
y mueren en la noche de llamas y explosiones,
igual que poemas inacabados.
En días muy tristes y, por desgracia, casi indiferentes.
Tranquilidad

¡Si en esa última tarde pudiera
el mar mirar con tranquilidad!
como el que con alma clara espera
al final un amigo encontrar.
Cadáveres

¡Ay! Vivimos tan poco...
pero somos tantos los que vivimos...
Tú y yo, unos junto a los otros, todos,
de cadáveres solemne hermandad,
breve titilar en la oscuridad,
luz que se apaga sin casi brillar,
mano que la mano llega a rozar.
Es otro quien en lo alto contempla
el resplandor de la llama perenne
que nuestras vidas llenan,
nuestras muertes encienden
Feliz

Pensaba que era feliz;
absurdamente feliz.
Y un día, leyendo un poema,
sentí los ojos llenos de agua.
"La emoción me llena", pensaba.
Y me engañaba.
Me abrí la camisa,
descosí el pecho
y un montón de fango
cayó sobre el pantalón.
África

Uno tras otro fueron devorados
por leones hambrientos.
Los cachorros royeron sus huesos,
su carne les sirvió como alimento.
Solamente dos sobrevivieron.
Tan sólo ellos dos en la sabana,
postreros de una especie condenada.
Por azar se salvaron,
y por azar vivieron,
y procrearon.
Y sus crías se arrastraron
y sobrevivieron.
No sabemos su nombre,
ni siquiera si tenían nombre.
Sabemos que murieron,
y que cuando murieron
recordaron
un niño desgarrado
por leones hambrientos.
Y lloraron.
Y fue entonces,
en aquel tiempo sin nombre
cuando empezamos a ser
mujeres y hombres.
Transparente

Vomito.
Hace tiempo que vomito.
Vomito cosas que llevo dentro,
cosas que no conocía.
Vomito hasta quedarme vacío, limpio.
Hasta sentirme ligero, transparente.
Quizás vomite siempre.
O quizás un día encuentre
que ya no soy nada,
que la luz me atraviesa sin verme.
Si ese día llega
antes que la muerte,
sabré que estoy listo
para verte.
Tiempo

La brisa entre las hojas,
en el rostro la luz,
suave, dulce, amorosa;
hierba bajo la espalda,
fulgores de una cruz
y un temblor en el centro.
Ahora, en este instante, soy eterno.
Mi tiempo no es el tiempo que nos roba;
mi tiempo no es el tiempo que deshace
vidas, montañas, altas esperanzas.
Ahora tan solo mío es el tiempo.
Si pudiera vivir en este instante,
concentrar en él todo lo que fue,
sentir en él todo lo que está siendo,
saber en él todo lo que será;
si tal cosa fuera posible hacer...
yo no sería yo,
sería un dios menor,
condenado al infierno;
no por un Dios mayor,
sino por ese tiempo
al que vencer pretendo.
Día

Hoy tengo un día
muy ocupado:
primero llevo a mi mujer al médico,
a la vuelta corrijo
unos exámenes,
como con los compañeros.
Ya a la tarde leo un par de cositas
para poder completar una nota
y así acabar el trabajo que debo.
Quizas entremedias pueda escribir
algún que otro verso,
ojear poemas
o escuchar la brisa.
En algún momento me he de pasar
por el supermercado
y por el panadero.
Como estará
bueno,
fuera cenaremos.
Y además, por extraño que parezca,
en algún momento
de este día tan ocupado
me habré
muerto y todo será
fútil y, a la vez, eterno.
¿Dónde están?

Este escalofrío que ahora siento
¿es de esta vida? o, por el contrario,
recuerdo del frío aire estepario,
del océano helado o de aquel viento
que en lo alto henchía mi sentimiento.
Tiemblo frente a la imagen de un sagrario,
un cuadro, el tañido de un campanario.
Si pudiera llenarme en un momento
de amores, muertes, lágrimas y risas;
de todo lo que sé que ya ha pasado;
de labios y de muslos; suaves brisas;
de los instantes que me han embriagado
y de las negras horas indecisas;
si pudiera ¿sería iluminado?