Dos

Horizonte

Hoy sentí
que el horizonte
se acercaba
hacia mi.
Caminaba
y el mundo
se acababa,
el cielo
se alejaba,
un abismo
se abría
más allá
de la línea
que separa
el cielo
y el mar.
Extraño vacío
del mundo y mío,
mío y del mundo
como si fuéramos
uno.
¿Acaso
lo somos?
Pero no,
uno es limpio,
transparente
casi inexistente;
y el otro,
el otro es denso,
¿viscoso?
pesado,
real.
Uno mira
y el otro es mirado.
No tiene conciencia
es pura ilusión,
no existe
tan solo es
porque yo lo sé.
Grisear

Esa dulce soledad
cuando grisea el azul
fuera del hogar.
Esa dulce soledad
cuando todo se detiene
para contemplar
cómo el día muere.
Talmente parece
que no despertará más.
Esa dulce soledad
cuando un hueco se abre
entre el pecho y el alma
y el aire gris lo llena
de frialdad.
Esa dulce soledad,
esa dulce soledad
nos enterrará.

Hermanos

Venid hermanos,
venid todos los abandonados,
los que hemos sido arrojados
a este cielo,
a este verde,
a este campo.
Venid todos como ciegos, llorando;
venid y juntaos,
y ahora comamos,
comamos las viandas
que nos han preparado
los dioses que aquí nos han arrojado.
Comamos y agradezcamos
el cielo y el viento,
el sol y la mar,
el verde y azul,
y este lugar
que nos han prestado
un tiempo tan breve,
tan breve. Si todo
desapareciera
cuando nos fuéramos
¿importaría?
Comamos, hermanos,
y agradezcamos;
y ahora
durmamos.

Eterna mortalidad

Mucho ha pasado en el mundo,
mucho ha pasado y no he visto.
Dicen que una vez
hubo faraones,
que hubo constructores
de enormes pirámides;
que hubo guerras violentas
(¿acaso las hay pacíficas?);
una vez hubo un campesino
que cultivaba tierras junto al Nilo
y murió ahogado al volver
una noche a su hogar;
hubo una muchacha
que besó a su novio
y con él se casó;
hubo una vez un sacerdote
que ofrecía sacrificios
a un dios olvidado
en Asia Central.
Hubo un ferrocarril
que descarriló en Santa Clara.
Hubo una mina que se hundió,
hubo un rojo anochecer
calmo y sereno
y un anciano que lo vio
y lloró.
Hubo una vez un mar
que se enrabietó
y un niño junto a la playa
se asustó.
Hubo una vez una emperatriz
que amaba a su criada,
y nunca nadie se enteró.
Hubo un incendio que duró mil años;
eso fue hace tanto tiempo
que nadie lo recuerda
porque nadie había
nacido ya;
tan solo había lluvia, viento, nieve,
relámpagos a veces.
Hubo tantas cosas grandiosas,
tantas cosas pequeñas,
tanto amor, tanta belleza,
tanto dolor, tanta vida
tantas cosas que ni me rozaron.
Habrá tantas cosas, tantas,
cuando yo ya me haya ido,
tantas cosas que me hacen llorar
esta noche, aquí,
al borde del más inmenso mar.
Aquí, donde nos juntamos
tantos dioses desventurados,
soledad contra soledad,
carne con carne virtual;
infinita, eterna mortalidad.

Azul

Si miro dentro de mí,
en mi centro
¿qué veo?
un hueco, un vacío oscuro.
Si miro al vacío,
a ese vacío oscuro
¿qué encuentro?
una caverna, una caverna
donde mi voz se pierde
en ecos reverberantes.
Si exploro la caverna,
la caverna reverberante
¿a dónde llego?
a un pozo, a un pozo profundo.
Si me atreviera a mirar
al fondo del pozo,
en la caverna que hay en el hueco
que se abre en mi centro.
Si mirara
¿qué vería?
Una luz,
una luz primero tenue,
un amanecer,
un nuevo amanecer,
la luz de un nuevo amanecer,
azul.

Último

El cielo es negro;
la tierra, dura
y tú estás solo
con tu desdicha.
El dolor es la vida
en esta noche húmeda,
tan fría.
Sin dolor nada habría.
Sostiene tu dolor
ese pino agitado por el viento,
y nubes desgarradas en el cielo
bajo el azogue del espejo negro.
Hoy no hay luna
ni estrellas.
Quizás mañana brille otro sol;
pero ¿quién lo verá?
si yo,
el último,
no llego a despertar.

Deshacer y ser

Si te pudieras deshacer y ser,
¿no sería la más sublime dicha?
Es el mundo ataúd de la desdicha
que te llena de espanto en el nacer,
cuando te destinaron a yacer
lejos de los dominios de la bicha;
hombre condenado a ejercer de ficha,
pero capaz de todo comprender.
Se prolonga el silencio en el vacío,
parpadean estrellas solitarias.
En la noche creciente, nada mío.
Se extienden las llanuras esteparias
por tu ausencia anegadas, por el frío.
Abandonadas ruinas milenarias.

Ceniza

No,
no es ceniza
purificada;
ceniza en la llanura bajo el cielo,
soledad.
No es ceniza que se lleva el viento.
No.
No es ceniza esto.
Tierra mojada y sucia,
envuelta en gris,
lluvia
entre el cielo y el fango.
El estiércol alcanza tu tobillo,
te hundes en la mierda
y miras
el aire entre el gris y la llanura.
Luz entre nubes,
sol en el rostro
y no sabes,
no sabes si eres
el que arrastra los bueyes por el lodo
en días sin memoria;
no sabes si eres
un escritor romántico,
cabellos agitados, vientre lleno,
Werther vital;
no sabes si eres
tronco a un fusil pegado, caminando.
No sabes si eres,
si fuiste.
No sabes,
tan solo sientes.
Sientes el peso del aire,
el agua que penetra,
el mundo en que te ensimas;
gris, azul, verde, gris;
agua y niebla, agua y fango;
sólidas vísceras,
rubicundos paisanos;
sudor y mil olores
que ya se te han pegado.
No,
no es de ceniza purificada
esto que escribo.
¡Mierda!

Ángel

Si en tu rostro sintieras
la mano helada
de un ángel que del cielo
a la tierra viniera.
Si sus ojos fijara
en tu propia mirada,
la vida y la muerte se confundirían.
La muerte sería esperanza
de una vida más plena;
la vida sería tan solo
polvo en una calle desierta.

Luna

Yo también he visto
esa luna blanca y fría
espejo de nuestras desdichas.
Yo soy tierra y luna
y sol y estrellas lejanas;
y como todo, no soy nada.

Era eso

Sí, era eso; ahora ya lo sé.
Se desparramó el tiempo y el espacio
como chorro de agua, luz de estrellas;
se derramaron
los años incontables
y se sucedieron las explosiones
que alumbraban de las cenizas, soles.
Se fundieron galaxias,
desaparecieron civilizaciones;
nacieron verdes mundos
y se agostaron
transcurridos eones.
Largo fue el preámbulo
de este instante,
centro del universo,
del espacio y el tiempo;
de este momento,
de este patio en penumbra
del olor del jazmín
de la luz bajo la puerta
del beso y el arrumaco.
El cielo negro es dosel
la tierra estrado
el mundo escenario;
el único universo que conozco
tiene aquí, hoy, su centro.
Otro vendrá
para quien esta hora
sea tan solo
un punto en el tiempo,
insignificante,
preámbulo invisible
de su propio centro.
Para él será real,
para mí, tan solo humo,
polvo que cae
al suelo golpear.

Muertos

Todos se van muriendo;
muere uno y desaparecen
diez o quince años de mi vida;
muere otro y se van
tardes despreocupadas al sol,
en la plaza del pueblo,
corro adolescente cantando
las primeras de Sabina.
Todos se van muriendo
para que el mundo se deshaga,
mi mundo.
Ya no soy eterno. Lo fui.
Los muertos me vuelven humano,
temporal, frágil, limitado.
Vuelve la rima sin querer
¿por qué lloro?
En el fondo tu sabes, sé,
que una cueva de tierra húmeda
entre el verde y la lluvia
es tu último hogar.
Igual que una lombriz.

Vivir cansa

¿Sabes? Uno se cansa
de jugarse la piel
desnuda frente al aire frío y seco;
de la luz cegadora,
del azul de la cima;
de permitir que el viento
azote los cabellos.
Vivir es muy cansado,
mucho.
Huyamos ya del sol,
descansemos, vivamos para adentro;
regocijémonos,
apoyemos nuestra mano
en esta otra mano
que tan bien sabe
lo que vivir nos cansa;
tan solo una rendija permitamos
a ese viejo sol
que fuera nos sonríe,
impertinente.

Lago

Yace en lo profundo un lago negro
de aguas quietas, siempre en silencio
la bóveda de negra roca negra.
Una gota de tinta, una mancha negra
en un cuerpo abierto y roto, deshilachado.
Pesa el lago como un peso muerto, pesa.
Centellean las luces de las estrellas
en la bóveda de negra roca negra,
se agita el aire sobre las aguas muertas.
Vuelven las noches que precedieron a las muertes antiguas.
Vuelven las sombras que siempre fuimos,
vuelven.
En la orilla del lago una playa
bajo la bóveda de roca negra
donde aún centellean las estrellas.
En la playa un alma junto a las aguas muertas;
mira el agua y a las estrellas.