Cuatro

Boda

Noche verde, noche negra.
Jóvenes que se abrazan
en trajes que eran nuevos
esa misma mañana.
Emocionadas madres con cariño
los habían sacado de sus fundas,
y extendido en camas abandonadas.
Ahora están arrugados, manchados,
con ceniza y lamparones.
Antes que llegue el día probarán
saliva y estertores.
Bajo la luna se abrazan los jóvenes.
Piel con piel, un leve sudor, rocío.
Los ojos húmedos y enrojecidos
las corbatas deshechas,
las blusas agitándose,
zapatos dejados sobre la hierba.
Se mezclan los recuerdos,
partidos y salidas,
peleas infantiles,
coqueteos furtivos,
estudios y carreras.
Una vida entera.
Suena la gaita a la sombra de piedras
grises y esmeraldas, tristes
porque el tiempo pasa,
el pantalón se alarga,
los deseos cambian
y a la vuelta de la esquina
ya espera la noche oscura, serena.
Pero no bajo esta luna antigua.
Hoy dejemos que la vida desborde
gargantas y corazones.
Estos son días que valen por años,
que resumen lo que fuimos,
que cierran puertas y abren dolores.
Estos son días que recordaremos
otras noches bajo lunas serenas,
otros días de fiesta
y también de alegría.

Ausencia

En la reunión que hemos celebrado
ha salido tu nombre.
Lo cierto es que no hablábamos de ti.
Tratábamos tu plaza.
La plaza que ocupabas.
Ahí oímos tu nombre.
Había que cambiar algunos planes,
algunas previsiones.
Han de modificarse
ciertas convocatorias.
Tareas burocráticas,
concursos y baremos,
tribunales y docencia asignada.
Otro debe dar mañana tus clases.
Los alumnos no cambian,
seguirán aprendiendo,
aunque sea ya con otro maestro.
Se hizo una referencia breve,
corto agitarse de ojos y manos.
Fue tan solo un momento.
Con la vista nublada
y el corazón latiendo
volvimos a las tablas y a las cifras.
Así pasa una vida,
Esta es la huella que deja,
Leve temblor en el aire,
sombra sobre la pantalla,
fulgor de palabras en nuestro pasado,
debates encendidos
como sol en la tarde.
Comidas y cafés,
mano amiga que descansa en mi brazo
- éste es mi recuerdo-
en morosos paseos.
Nada de eso es ya.
Un nombre que pronto se borrará,
que ya comienza a desaparecer.
Cuerpo que se acumula junto a miles
en salones oscuros y vacíos.
Ataúdes de pino
e interminables listas,
cifras, ecuaciones, curvas, tangentes.
Risas, caricias, deseos y juegos.
Solemne el funeral
que antecede a la nada.
Lloramos lo perdido,
pero los muertos,
los muertos...
¡qué solos estuvieron nuestros muertos!

Vida

Las cosas no son como eran antes.
Vaho en los cristales, agua turbia, polvo.
Hay una baldosa alta y levantada,
una grieta en la pared alisada,
un temblor, calor o frío a destiempo.
La vida supo esperar el momento
de abrir hostilidades.
Sin grandes aspavientos,
leve morosidad,
mañana de domingo.
Supo esperar el día
de bombardear los buques anclados
-las velas al pairo, bien engalanados,
vigías dormidos, cañones guardados-
tranquila la playa de nuestra alegría,
allí donde el corazón aguardaba
un día sin sorpresas,
una noche tranquila,
una muerte feliz,
una tumba sencilla,
una herencia pacífica.
La vida supo aguardar el momento
de la caricia áspera
que con su dedo índice
nos regala la mano,
pálida y seca,
de un esqueleto.
No te derrumbas.
No se permite
tal cosa.
Permaneces en pie.
Quieto.
Detenido en un semáforo en verde
mientras que otro sigue
en el fluir de la calle,
en el sol de la tarde,
sabiendo ya perdida,
la muerte feliz,
la tumba sencilla,
la herencia pacífica.
Sea pues, amiga.
Aquí nos tienes,
derrotado y perdido,
sintiendo al fin
lo que vale un día
sin lágrimas ni sangre.
Un día que no espera
otra tarde de dicha.
Aquí me tienes
aguardando
otro golpe, más lágrimas
y la esperanza,
que nada acabe antes
que el fin de nuestra dicha.

Fiesta

Sabes que lo mejor llega al final.
Todavía un momento
cuando las conversaciones decaigan
como velas sin aire.
Cuando ahí parezca que todo acabe,
se abrirán las ventanas
y saldrá el humo denso del tabaco,
el olor a sudor,
espesos deseos insatisfechos.
Volverás a ser joven,
modulable, voluble.
Las señales no tendrán importancia.
Serán borradas como
tatuajes infantiles.
Ese será el instante en que consigas
ver la luz triangular,
rozar con suavidad
los cálidos contornos
de pieles tersas.
Ese será el instante
de conocer
el temblor de la vida que termina,
que en su pulsión final
permite adivinar
cómo será
lo que nos seguirá.
Ansías ese fresco recoveco
de infantiles recuerdos,
amores desdichados,
tardes tranquilas,
caricias y miradas,
viajes de vacaciones,
perfiles atisbados en el metro,
tardes felices de nervios y lluvia.
Ansías que la vida no se acabe,
que aún te den un mes,
unas semanas y poder llegar
a la cita y a la mirada amiga,
a las primeras olas,
a eso que adivinas
que quieres conservar;
a eso que decides
guardar para evocar
en el segundo que acaba la cuenta,
ese último segundo que dura
toda la eternidad.
En el hombro te roza una mano.
La cabeza se vuelve a la señora.
Una sonrisa amable,
la indicación sutil,
la mirada hacia la puerta abierta.
La fiesta acaba ya.
Una disculpa y un beso furtivo.
Así ha sido el final.
Esa mirada fría, esa puerta.
Ya no hay más.
Se borran los infantiles recuerdos,
Se borran besos y abrazos antiguos.
No habrá ni mirada amiga,
ni ese instante especial.
No habrá esa oportunidad final.
No habrá una última Navidad
ni hojas ocres que en otoño caen.
No habrá calor en el postrer verano,
ni flores que en mayo abren.
La lluvia de abril hará de telón.
Un cadáver, un número y un año.
No quieren nada más;
el resto estorba, sobra.
Molestan las semanas que podrías
aún haber vivido.
Al cadáver conceden
lo que a tí te negaron.
Unas semanas más
que te permitirían
preguntarle a la vida
si esta te daría,
por cariño, por pena o simpatía
un último destello,
pleno, brillante,
intenso y penetrante,
pura felicidad.

Temporal

Hay un día terrible
en que todo se vuelve temporal.
Y no solo temporal.
Vacío, hueco, sin sentido.
Ese día miras a tu pasado,
repasas lo que creías eterno,
lo miras como entonces lo veías
y al suelo se cae, dedos abiertos.
Ese día te fijas en lo que te rodea,
Tus ojos se paran en cierto libro,
en una pluma, un dibujo o un espejo
y lo ven ya olvidado,
o definitivamente perdido,
sin que nadie ya sepa
como temblaste o lloraste al abrir
infantil envoltorio,
sofisticado lazo
o la caja del regalo
que el padre, la madre, la esposa o el hijo
algún día lejano
con cariño te hizo.
Ese día sabes
que lo que ahora proteges
se perderá sin remedio.
Ese día sabes
que toda tu vida
no tiene más sentido
que el que tiene un pajarillo.
Ese día adivinas
que tu casa será de otro,
que alguien tus trajes regalará,
que tu biblioteca se deshará,
que tus ordenadores se vaciarán
que tus hijos ya no hablarán de ti,
Ese día sientes
como el tiempo te cubre
hasta desaparecer.
Ese día es el día
en que...

Felicidad

Ven cuando se adivina la penumbra,
cuando se desvanecen los colores,
cuando la noche llega del este
y en el cielo se mezclan
el día que ya fue,
la noche, otra mañana cercana.
En la rotonda se cruzan las luces
de coches que vienen de tantos sitios;
de donde veníamos ya cansados
a esta misma hora de la tarde
con amargor en los labios, vacío
helado y seco, muerto, derrotado.
De donde venimos ahora raudos,
con la sonrisa en la boca y ya llenas
las manos de postales que enviaremos
a entrañables compañeros soñados
en hermosos universos de plástico.
Un futuro perfecto reservado
en un pasado gozoso, olvidado.
Ven cuando no haya ninguna luz,
cuando lo que vemos es un reflejo,
una recreación,
tan solo un sueño.
Juntemos las cosas que aún tenemos,
contemos monedas de veinte céntimos,
libros infantiles y las memorias
que para nosotros nos inventamos.
Deja que la noche se vuelva blanca,
que se desvanezcan esas estrellas
que nunca contemplábamos,
que la hierba se torne celofán
y que nos quedemos solos
como cuando empezamos.
Sabemos que el tiempo no volverá
a aquella cena final,
una mirada seria y asustada,
el fin de unos años.
Lo que hemos perdido está enterrado,
dejemos que se pudra,
que se mezcle en la tierra
unido a las raíces del olivo,
al olor del jazmín en el verano.
Que su fragancia amarga nos envuelva
en las noches templadas del otoño,
que se macere en nuestros corazones
con risas y placeres y recuerdos
hasta que el sufrimiento se transforme
en trago familiar y cotidiano.
El mundo habrá cambiado.
Osaremos cortar el grueso lazo
que envuelve el paquete que no esperábamos.
Abriremos la caja de cartón,
tiraremos al suelo los papeles
y extenderemos manos impacientes.
Danos, Señor, aceptar el regalo.
En la vida no hay nada que no sea
pura felicidad.

Eterno

El reflejo del sol en una hoja
casi al final del día
es breve, delicado, evanescente...
Pero, en realidad, ese leve destello
es, como todo, eterno.
No existe ningún segundo en el tiempo
que no acoja ese rayo de luz,
el resplandor dorado que acabo de admirar.
Encontramos en cada nuevo instante
todo lo que ha pasado
y lo que pasará.
Quien ha vivido tan solo un minuto
ya ha vivido toda la eternidad.
Deja atrás la ilusión:
no hay comienzo, no hay tampoco final.
El vuelo de una mosca, nunca se borrará.

Colibrí

Parpadea el universo
y se ve entero, completo.
Desde el comienzo hasta este tiempo.
De la estrella a la hoja. Hierba, sol.
Cierra los ojos, los abre.
Respira, admira, sufre.
Se entiende y se lamenta.
Recrearse en cada mota de polvo.
Aguardar la próxima supernova.
Admirar tu pelo agitado al viento.
Todo se agota y se muere.
Renace y vive de nuevo.
Se pliega y dobla, se enrosca,
cae como cascada sobre ti.
Te rodea la luz, penetra el negro.
Mueve tu pecho el aire,
alzas los ojos, miras a lo lejos.
Tú eres chispa, destello, reflejo.
Ya casi nada.
Dejas de ser.
Tan solo un punto.
Menos.
Torrentes de luces cruzan el cielo,
estrellas veloces, un tiempo nuevo;
luna en el agua calma.
Amantes en la bocana del puerto,
medias bajadas, rocío y sudor,
contra el pecho un corazón golpeando.
Nada de lo que ha sido,
ha dejado de ser.
Todo es ahora.
Todo es aquí.
Universo encarnado,
en colibrí transformado.
Un par de ojos vivos
que a sí mismo se ven.
Para serlo todo, no eres nada.
Para serlo todo, desapareces.
Lo que es casi todo
a la nada se vuelve.
Por verse, muere.
Por ser, eres.
Soy.

Habitaciones clausuradas

Esas habitaciones clausuradas,
con vistas a jardines otoñales,
polvo, hojas de papel en el suelo,
el cristal de una vitrina abierta...
Afuera llueve, pero tú has cerrado
la puerta de la estancia.
No volverás a ver las hojas en el suelo,
las ramas de los sauces movidas por el viento.
El sillón de nuevo no será asiento.
La mano apenas roza la madera,
Lo que hay tras ella ya te has ajeno.
Tu corazón se ha hecho más pequeño.
Cada cuarto que cierras,
emboza tu alma, te quita un sueño.
La vida sin paisajes es sencilla.
Uno y otro latido se separan,
las palabras no suenan,
mueren entre el paladar y la lengua.
Pronto desaparecerán también
de las entrañas y de la cabeza.
La casa está en silencio.
Te reconforta el frío que penetra
hasta los huesos por la piel abierta.
Vuelven aún aquellas horas de algarabía,
de carreras y gritos, de sutiles desdichas.
Claridad matinal que atraviesa el pasillo
cruzando las ventanas y los quicios,
reflejos de amapolas en los muros.
Recuerdas entenderlo casi todo
y casi todo, entero, compartirlo.
Ahora las puertas están cerradas.
Una vida entera no bastaría
para que la luz llegara a alcanzar
el muro impenetrable de lo que fue mi hogar.
Ser oscuro y callado,
flotar en el vació,
y dejarse llevar.
Ninguna tristeza te romperá,
no habrá dolor que te llegue a matar
ni fracaso que te haga llorar.
Vivir
sin esperanza que te decepcione,
sin alegría que puedas perder,
sin el temblor de un secreto placer.
Las habitaciones abandonadas;
un pasillo, un cuarto, también un baño;
un pequeño universo.
Ser otro que sospechas en tu alma,
permitir que te arrastre el no existir.
Parece sencillo ser sin ventanas,
clausurar las estancias y dejarse llevar.
El vértigo de no volver a entrar,
de olvidar los papeles en el suelo
y las ramas de los sauces al viento.
Parece tan sencillo...
No hoy, quizás mañana.

Trinchera

Un pecho de cristal,
quebrado como el protegepantallas
de un teléfono móvil.
Tras él, solo el vacío.
Puedo llenarlo con lo que no ha sido,
con salidas y riñas, con parejas
que no han venido a casa temblorosas,
con escapadas de fin de semana
y la llave alegre y tintineante
de un coche limpio de segunda mano.
Podría llenarlo de mil imágenes
para ahogarme en la melancolía;
pero la carne no regresaría.
El músculo y la grasa seguirían
ausentes.
Unas mujeres sentadas
al sol tranquilo de la tarde plena.
Una vida que se acaba.
Sería fácil clavarse en la tierra
de una trinchera entre los bosques
de Ucrania.
Bajo las balas y bombas,
tan solo esperando una explosión
que te reduzca a la nada que ya
eres.

Altre 23 d'abril

Em portaren a Sant Jordi,
ja vell i fatigat,
amb records de flors, d'amics i de llibres.
Els meus peus trepitjaren el carrer
amb la dolça tendresa dels ancians.
Hi haurà una mà a on recolzi el braç,
una mirada atenta,
una furtiva llàgrima,
un sospir amagat.
Em portarem a Sant Jordi
i buscaré una rosa
senzilla i fresca, vermella i humil,
que viurà uns dies com hoste a la llar.
Veuré la gent que passa al meu costat;
me n'oblidaré de la seva cura
i simularé que encara soc jove,
que els pètals no han caigut;
la fragància neix per primer cop
i el vespre és de la festa començall.
Visitar les casetes,
veure un petó secret,
dues mans agafades,
el tremolar davant un escriptor,
la dedicatòria afectuosa,
la mà al cabell i el somriure nerviós.
La llum blava de la tarda em colpeja,
Sé que és l'instant perfecte.
Fulles que fimbren sota el sol d'abril,
serena agitació de la gent,
memòria d'un temps recuperat.
Viuré aquell Sant Jordi que resumeix
tots els que vaig gaudir,
viuré un dia que uneix
tots els batecs i el dol.
Emmirallar-se al llibre
que ho explica tot.
A la fi entendre.
Aplegar com a ram tots els "t'estimo".
Veure el carrer des del mont fins el port.
Sé que arriba l'hora de retornar.
Les escales, la rosa i el mirall;
el llibre, la finestra; al fons, la mar.


Pozos tan blancos

(a partir de un poema de Juan Ramón Jiménez)

Y la muerte es que desaparezcan
los árboles y los pozos, tan blancos;
que ya no sean los pájaros grises
ni la música de los campanarios.

La muerte es que morirán los que quiero
y el cielo azul, de pronto, ya será
oscuridad.

La muerte no deja rastro ni amigos,
ni senda recorrida ni testigos.

Dame, vida, un momento
para soñar que al cruzar el cristal
lo que se queda aún seguirá.

Dame, vida, un segundo
para crear cielos que no veré,
vidas que tras de mí perdurarán.

Dame, vida, un instante,
para pensar que esto que te ofrezco
para otros, mis amigos, quizás
les servirá.

Noviembre

Noviembre es el más triste de los meses.
El bullicio de abril es ya un recuerdo,
confusos los deseos incumplidos.
Han perdido sus pétalos las flores
que mayo nos había regalado.
Entre la arena, húmedos pañuelos,
abandonados en noches de junio,
se agitan y deshacen en el viento
que nos trae, desabrido, el otoño.
Sobre nuestras cabezas coronadas,
brilla la luz refulgente de julio
que ahora solo es un destello débil,
ribete sobre montañas lejanas.
Agosto y sus certezas ya se fueron,
mientras se quedan la lluvia y el frío
que vinieron con los primeros días
de aquel septiembre enfebrecido y fiero.
Se va alargando la noche en octubre,
pero...
Noviembre es el más triste de los meses.
Anuncian las sombras el fin del año,
sin que sea su término esperanza,
sin temblar aún por la cercanía
del lecho, de lo trágico o divino.
La lluvia penetra inmisericorde
y se suceden las noches sin día.
La ropa mojada junto a la lumbre,
gotas de agua profanan la entrada,
en el cristal se apaga la borrasca,
vencida ante la casa inquebrantable.
Horas extraordinarias, exámenes,
monotonía del breve remanso
en el que se desarrolla la vida.
Un noviembre inconcluso y repetido
aguarda los encuentros y memorias,
feliz ajetreo, reproches, prisas,
huella de noches calmadas, tranquilas.
Aguarda...
diciembre, del año el mes más feliz.
No importa ya lo que pudo haber sido.
Bullicio, flores, playas, luz, certezas
se mezclan con la lluvia y con el frío.
En el final, casi todo se entiende.
Mirada lenta, sonrisa apagada,
apenas cubre el rescoldo de chispas
que encendió la primavera lejana,
ardieron en el rotundo verano,
cruzaron el destemplado noviembre,
llegaron a las semanas que acaban
el tiempo alegre de nuestra esperanza.
Son éstas semanas que valen años,
palabras que nos recuerdan empresas,
luchas y porfías, lágrimas viejas,
victorias, alegrías y desdichas;
juvenil confianza, madura entrega,
temblor en el declinar de la vida.
Confía.
Confía en estos días sin urgencias,
confía en la familia que te espera,
confía en el amigo que te envía
un ingenuo poema navideño.
Confía en que la sopa esté caliente
y en que se sirva el cava en copa alta,
en que sepan a infancia los turrones
y haya juguetes nuevos bajo el árbol.
No temas en el año que termina
la luz deslumbrante de un nuevo día.
La Navidad es tiempo de volver,
de volver a la casa inquebrantable,
a los campos de glorias coronados,
a la arena de playas en verano,
a las flores que canta el mes de mayo,
al bullicio del recreo en abril.
Y ahora cena y descansa, recógete;
que tus recuerdos sean manta, duerme.

Frases inacabadas

“Nunca acabas las frases".
Sonríe, calla, mira.

Recuerdas el momento refulgente
de girar la portada misteriosa,
de aproximar el rostro al lomo grueso,
de permitir que el olor de las páginas
te llenara casi completamente.
Recuerdas el temblor ante el comienzo
de una historia que se extendía lenta,
que incluía viajes y encuentros, pérdidas,
idiomas extraños, guerra y la paz.
Una historia que cubría la tierra,
desde las montañas hasta la mar,
desde el hielo a los bosques tropicales
del fuego inicial al frío estelar.
Una historia en la que cabían todos,
en la que habría amores y rivales,
alegría, instantes de soledad.
Una historia perfecta,
una novela de aventuras, épica,
el relato de un viaje y del regreso,
cansado y feliz, de nuevo al hogar.
Un extenso poema consonante,
espléndido, sin encabalgamientos
que destrocen el ritmo
de la dulce declamación.

La yema del dedo roza la hoja,
breve, afilada.
Vuelves sobre los primeros capítulos,
los lees otra vez,
inicio de la novela ideal.
Te ves como te ven,
tal vez como te gustaría ser.
Quizás lo que entre tus manos se agita,
lo que devoras, imaginas, sueñas,
lo que te sumerge en la soledad;
quizás eso no sea
el cruce de personajes y tramas,
la sucesión de brillantes anécdotas,
una casa repleta de detalles,
descripción rigurosa de una gota
de lluvia que lentamente desciende
por las piedras de un castillo asolado,
el tormento lento y cruel del esclavo,
doncellas arrodilladas que imploran
del inocente el final del suplicio,
la historia de la mujer que en un día
hace y deshace su entera existencia
un caballero hidalgo y su fiel criado,
la familia feliz de un desgraciado.

Tal vez, quizás.
Cuando pasas las páginas
ves líneas vacías, sentencias inconexas,
los renglones cortados que usan los poetas.
Quizás es nuestra vida
-la tuya, la suya, también la mía-
empresas fracasadas, pensamientos fallidos,
vueltas a comenzar.
No hay clímax ni descanso al terminar,
no todo tiene, necesariamente,
un sentido o propósito.
No hay premios ni castigos,
azar sin fin, papeles en el viento.
Leve luz de atardecer en la playa,
una mirada de complicidad,
deambular por la ciudad sin nombre,
imaginar las vidas de las gentes,
romper los planes, llorar y esperar.
Mayonesa que se corta, un tornillo
que no termina de ajustar.
Un concierto infantil,
una mano que te roza al azar.
Labios cerrados, instantes fallidos
que no han de mejorar.

Te ves como te ven,
viajero apretándose en el andén,
en el número secreto un minúsculo
y triste decimal.
No son nuestras vidas largas novelas
con solemne final.
Muy al contrario,
es nuestra existencia abrupto poema
de versos desiguales,
carentes de rima o entonación.
La habitación pequeña y aseada;
para ver la calle, una ventana.
"Como verá, la puerta es muy estrecha;
ni puesto en pie cabría un ataúd".
Risa seca por la torpe ocurrencia.
Andar bajo el sol y en la oscuridad.
"Ese árbol, ¿cómo es que ya no está?"
"¿No había una mercería, un bar?"
Una pelota que sale rodando,
chirrido de frenos, lloros y flores;
un susto, nada más.
El sol en la tarde, la brisa, el mar.
Un vestido que ya nadie usará.
La fábrica, el hogar.

Son nuestras vidas
frases inacabadas
por las que no debemos dar las gracias
ni perdón suplicar.

Grisear

Esa dulce soledad
cuando el aire grisea
más allá del hogar.
Esa dulce soledad
cuando el mundo detiene
su diario caminar,
ve cómo el sol enrojece,
cómo las horas mueren
y llega la oscuridad