Cinco

Hambre

Recae en mí el hambre de mis abuelos.
Cien generaciones me precedieron
en la miseria ancestral.
Esclavos, campesinos, humillados,
sometidos.
Una duda que es una certeza,
una certeza que es una duda,
was sie waren, bin ich.
El calor de las aulas acomoda
el frío de los inviernos sin techo.
Cubos grises crecen en las afueras
de la ciudad inhóspita
[(Madrid) es una ciudad vencida
enterrada en el aire gris,
polvo sobre una tumba en el desierto
castellano]
y albergan sueños de felicidad.
Lejos queda la mugre de los campos,
la suciedad de las hormigoneras.
El papel en blanco es un desafío,
un campo de batalla… nevado.
Llegar a la muerte sin conocer
la suela de la bota del señor.
Llegar a la muerte sin padecer
hambre, pobreza, miseria.
Llegas hasta la muerte
¡triunfante!

Abierto

La casa abierta
no existe ya, se mezcla con el aire.
Cimbrean las paredes bajo el sol,
descubre la luz rincones secretos.
Desaparece la casa en la tarde
y ya todo es afuera,
natural y sin tiempo.
Respiro verde y azul,
me someto al fulgor.
Abríllase la piel
perdida de su oscuridad mortal.
Vuelve el latido espeso de la sangre,
entórnanse los párpados,
aquiétase el fulgor,
reposan las palabras
que dan sentido al mundo.
Habitación cerrada en la penumbra,
apenas yo.

Orlando

En un instante,
no sabes bien por qué,
el mundo es otro.
Te toca lo inefable.
Ves las cosas que son.
Pasan campos nevados
que ya no pisarás.
Inútiles se agitan
rostros y pechos
en los que tu cabeza
ya no descansará.
Ansías una mano,
una caricia,
el calor de un abrazo,
la noche, la mañana,
atardecer.
Ansías cosas
que no serán
y sin embargo
una gran paz
te rodea y conforta.
Todo lo que es
puede ser observado,
Todo lo que hay
está esperando.
Solo pudes mirar,
pero no importa ya.
Casi todo ha concluido
y así ha de ser
en el preludio
al no ser.
Pero no aún,
que cristalina
la vida fulge
hermosa y deseable,
con un brillo postrero
violeta y lento.
Justo en el límite
todo lo ves.
Por un momento
sabes qué es
no ser.

Amarillo

Te derramas ingenuamente sobre el asfalto
entre las sombras de luces tenues,
tu borde redondeado por el amarillo
de las farolas y de las cuevas en que habitan
los otros.
Amarillean las riberas escarpadas
de hogares inaccesibles.
Caminar por lo profundo en la ciudad inabarcable
y diluïrse.
No hay viento que arrastre los fragmentos de un yo desnudo.
Se funden las aristas y se mezclan las formas;
dejarás que el aire sólido penetre tu inexistencia
al igual que la luz atraviesa el cristal.
Eres solo una cifra en una matriz inabarcable,
un número que nadie conoce, que no existe;
el número secreto, sagrado.
El flujo de lo que es agota tu inteligencia;
armonías inescrutables, bailes inconsecuentes.
Sabes que alguien lo entiende,
que alguien comprende;
el que deshace imágenes, quizás.
Por desgracia, las imágenes quieren ser.
Te fundes con las gentes y con los edificios,
amarillean las riberas escarpadas
y te diluyes, casi hasta desaparecer.

Solo

Solo.
Piedra que late,
dentro, entre la carne;
alguien la puso
en el centro del pecho;
brillante y dura,
sin mácula de sangre,
sin.
Piedra lisa y pulida,
redondeada.
No tiene ángulos,
no tiene aristas
la piedra.
Vísceras, órganos;
lanzan su caña
a la tarde y su luz;
a la tarde.
Bombea sangre
la piedra pura
en lo oscuro del pecho.
Son los deseos huéspedes,
se estrecha la garganta,
se cierra el puño,
se concentra y se suelta,
el ojo y el cabello,
el lazo de seda,
el rostro hermoso,
la mirada,
el golpe,
...
Quiere sentir el flujo,
las cosas bellas,
el aire, el sol.
En lo alto del sauce
contempla el valle;
es jilguero y gorrión,
serpiente y musgo;
río que llena
de rumores el aire
mientras el viento agita
copas de árboles.
Llega la noche
al bosque oscuro.
Arriba el viento,
mueve los matorrales,
bulle la carne,
el helecho en los labios,
copa de lluvia
entre el verde y el negro.
Es todo lo que fue,
que podría haber sido.
Es todo
lo que se imagina.
En la tarde eterna.
suave el dolor
que penetra
la piedra.
Amor,
nada,
y.

Darse

Darse
como se da la manga de un jersey.
La vuelta,
darse la vuelta,
expuesto el interior a viento y lluvia.
No tiene bordes
la flor abierta.
Flor blanca y amarilla
contra el verde; el azul de las montañas
que en un día lejano, abandoné.
Son quienes me rodean almenares,
luces frente a lo negro.
Cae uno, se apaga.
Muere ante el soplo del viento en la noche.

Viene de lejos ese aire frío.
El viento negro,
los sueños de los niños.
Más allá hay otro mundo, recordado.
Las montañas que un día abandoné.
No tiene borde el Ser,
se confunde
con Él,
no ser.

Canícula

Bares de barrio en noches de verano;
pocos clientes, luces encendidas.
Mujeres a la puerta, pies desnudos,
agitando la falda hacen viento;
aire encendido, ¡ay! en la canícula.
En el muslo la mano, pies en alto;
conversaciones lánguidas, los ojos
entrecerrados.
Soplo inmóvil, la noche de verano;
brillo en la piel, deseo velado.
Bailan y se juntan pechos y labios.
Faldas levantadas en lo blanco.
Rosas bañadas por las farolas,
música en la calle, tan cercana.
Negro joven que no aguarda mañana
quiebra las espaldas de los esclavos
que cada noche vuelven
a este jardín delicioso, encantado
donde olvidan que son
carne de matadero
alimento de picadora, cuerda;
la cadena y el fardo y el trabajo
y los muslos que se hinchan
en noches de veranos lejanos,
y oyen la falda que se levanta
con gemido en lo blanco
y saben que son
de la creación los excrementos,
regalos por él olvidados,
como flores bajo el sol, puestas en guardarraíles.

Veintidós de junio

Era el veintidós de junio
de mil novecientos setenta y tres.
Cumplía siete años
y era feliz.
Sábado por la tarde
del veintidós de junio
de mil novecientos setenta y tres.
Una película de caballeros,
espadas brillantes,
jardines de attrezzo
y la frase que nunca olvidaré
"el señor tiene más de doce libros".
Ingenuamente
corrí a contar
los libros que tenía
el veintidós de junio
de mil novecientos setenta y tres,
por ver si eran
más los que poseía
el señor del castillo medieval.
También había un pastel
De bizcocho con crema y chocolate.
No faltaba nadie
de los que entonces eran,
el veintidós de junio
de mil novecientos setenta y tres.
Quizás llovía y
toda la casa era un edredón.
No soy ya aquel,
soy otro que recuerda
a quien entonces fue.

Nazarí

De nazarís limpio casas;
en camas y lavabos
adivino blancos cuerpos desnudos,
relámpagos, la noche, madrugada,
restos de disimulada inmundicia.
¿Acaso su existencia no me roza?
¿Sus vidas en la mía no penetran?
De nazarís limpia casas
y adivino que adivina
heridas y batallas;
entre lavandas y perfumes,
disimuladas impurezas
Son nuestras vidas ásperas secantes,
jarrones que el agua mezclan.
A borbotones o con sutileza,
entre lánguidas flores
o sobre el azul del hielo
salvajes se cruzan y juntan
prístinas y carnales existencias.

Agua

El grifo abierto,
la gotas de agua sobre la piedra
saltan, chispean.
Rebosa ya la cuenca
y se derrama sobre suelo y mármol.
Sigue y fluye.
Cae el agua sobre el agua, te llena.
No basta el pecho para contener
agitación, latido,
el músculo esencial.
¡Ah el amor!
¡Gira la llave!
O no podrás secar
la sal, la sangre, el agua
que resbalan, penetran tu cabeza.
Todo tú no podrá
evitar que tan solo otro sea
que deslizándose bajo los sauces
hacia el mar
va.