España

Encuentro

Rojo mar en estanque contenido
se agita, vibra y también enmudece,
te arrastra, te empuja, y suave te mece.
Oyes palabras huecas, sin sentido,
pero no importa, sientes el latido,
poderoso, del gentío que crece,
grita y se calla, parezca que rece.
Música, discursos, ¡qué colorido!
Juntos se sientan el intelectual,
el pensionista, y el dueño del bar,
escuchan, se emocionan por igual.
¿Qué es lo que les trae a este lugar?
En el fondo, un atávico ritual,
el clan, reunido, antes de cazar.

Hueso y estrella

Mide el hueso y apunta.
Libreta y bata, blancas y ceras.
Luz clara de la tarde
en las estancias quedas.
Polvo bajo las uñas,
amarillo en el cielo;
se vacían las cuencas;
el tiempo corre en relojes de arena.
Hace su tarea el gusano,
deshaciendo la carne en la tierra.
Arriba pican terrones
y hablan de la guerra.
Mañana gris, aire de la sierra.
El alba ha visto
mujeres llorando
monte arriba, en el bosque,
cerca del santo.
Barro húmedo y negro
sobre corazones tibios.
Los últimos latidos
los dieron bajo tierra.
En la noche tiemblan,
buscan los ojos una esperanza,
baten los corazones,
aguantan las tibias
el peso de la carne
que aventuran ya muerta.
Repara en que en el hueso se ha prendido
la punta de una estrella.

Un ojo azul

Un ojo azul,
uno tan solo,
perdido su hermano,
reventado en la noche.
Noche de carreras y de gritos,
noche.
Se levantan los brazos en las calles
como hierba bajo el viento y la lluvia,
se levantan.
Se alzan del suelo
y desafían
la oscuridad.
Busca lo negro el azul
de un ojo hermoso
que en vientre obrero
el amor conformó.
Que en barrio obrero creció
y en tardes de primavera
de esperanza se llenó.
Ojo que leyó y estudió,
amó y guiñó.
Ojo que aprendió y luchó;
aquella noche
por última vez miró.
Del asfalto nacen las garras
que roban los ojos a las muchachas,
llenan de lágrimas los corazones.
De la ciudad surgen los gritos
que agrisan nuestras voces y las callan.
De los coches salen monstruos feroces
que rompen, pegan, engañan y matan.
La ciudad ha callado
y un ojo solo aguarda
que vuelva su hermano,
perdido en la oscuridad.
No, ojo hermoso,
tu hermano no volverá.
Tú solo has de mirar,
tú solo has de gritar,
tú solo has de acusar,
tú solo has de mirar;
tú solo nos has de guiar.
Tú solo, tú;
Tú serás fanal, tú serás altar,
tú serás signo y señal
tú serás quien ha de despertar
a tantos que duermen y consienten
a tantos que aún no saben
que tenemos que gritar
y que jamás, jamás
se ha de olvidar.

Horroroso padecimiento

El portavoz del Gobierno,
traje impecable, mirada serena;
nos informa y lamenta
de la senadora el padecimiento.
Un horroroso -cruel- padecimiento.
El portavoz del Gobierno,
grave la voz, plateada la barba,
con gesto serio,
a pensar nos invita
sobre cuáles son las causas que explican
este triste evento.
Y reflexiono.
Sobre el hombre ahorcado
en el momento de ser desahuciado;
sobre niños llorando
ante puertas de casas embargadas;
sobre mujeres de húmedos ojos
-mirada al infinito, paso firme-
precipitándose,
vacío el estómago, vacío el corazón,
hacia la inesperada caridad.
Pienso
en quienes han emigrado,
en padres de los hijos separados.
Pienso en los explotados,
pienso en los expulsados.
Pienso.
Pienso en la arrogancia de los expertos
en el Banco Central Europeo,
en quienes mueven la prima de riesgo.
Pienso en quienes han estudiado,
en quienes han trabajado
para ahora verse arrojados
como inútiles trastos
olvidados.
Reflexiono sobre el horroroso padecimiento
y lamento que las vidas de tantos
se hayan extraviado.
Reflexiono en los que nunca pensaron
que la calle en la noche
sería cama y hogar.
Reflexiono
(gracias, señor portavoz del Gobierno)
y lamento
y me emociono
y lloro
como ahora lloras tú
ante este horroroso
padecimiento.

Cementerios lejanos

Cuando cansado el cuerpo se detenga
y en la tumba se pudran tus recuerdos.
Cuando hacia el suelo caiga tu mirada
y el azul del cielo ya sea negro;
no mires qué tierra acoge tus restos,
no escuches argumentos de tus deudos,
no persigas que una cruz señale
tus victorias y esfuerzos.
Sonríe y piérdete.
Olvídate de famas y de flores,
banderas, himnos y laureles secos.
Que griten tus huesos desde lo oscuro
que lo que ahí hay es solo de un hombre
envoltorio, aderezo.
Que ningún muerto es más
que el vivo más pequeño.
Honras no quiero,
Un instante de luz,
una mirada, un beso...
Si nada de esto puedes ya darme
inútiles son tus falsos requiebros.
Dejad ya mi mortaja reposar.
En mí crecen las flores y los setos,
cantan los pájaros y sopla el viento.
Aquí sentí mi último latido,
En este lugar el reposo encuentro.

Muertos

¡Líbranos Señor del notario de los muertos!
De quienes miden tamaños y emplazamientos,
de quienes deciden dónde han de estar los restos
de aquellos que hace tanto murieron.
Quien no se haya visto en la mañana
temblando ante el cielo enrojecido,
el ruido de mosquetes y la risa
de quien te va a matar.
Quien no haya sentido las rodillas
quebrarse por las balas,
plomo en los pulmones y fuego seco
que sin aire te deja;
quien no haya sentido más la rabia
de la derrota que el miedo a la muerte;
quien no haya odiado y amado y luchado,
matado y perdonado;
quien no se haya dejado llevar
por la venganza y la ira, el rigor
de la justicia, el deseo de paz;
a quien todo esto le sea ajeno
¿qué ha de juzgar?
Líbranos de los tribunales del pasado,
de quienes invocan odios,
de quienes mueven cadáveres,
de quienes dictan verdades
y sepultan las dudas.
De todos ellos, líbranos Señor,
danos razón, conciencia y humildad,
valor y comprensión, sabiduría
para guardar olvidos y recuerdos.
No hay ni tumba hermosa ni muerte pacífica.
Bajo el oscuro mármol viven los gusanos,
en la cripta resuenan disparos antiguos
que hablan de derrotas y fracasos,
de pérdidas que ningún honor tapará.
No hay muerto mayor que el vivo más pequeño.
Todos lo muertos han sido vencidos.
Si con los suyos descansan, dejémoslos
o entre tierra o en granito reposar.
Solo por una flor poner o un nombre
un cuerpo se puede desenterrar.
Si no es por eso, ninguna disculpa habrá
para los recuerdos de un muerto perturbar
¡Líbranos Señor del notario de los muertos!
Que quienes miden tamaños y emplazamientos
dibujen parques y no cementerios

Días difíciles

Frío en el rostro,
ojos vacíos,
pecho en silencio.
Una mano extendida, seca y pálida.
Polvo en la ropa, heridas en la frente.
Junto al cuerpo se vienen los curiosos
y comentan los lances del encuentro.
Que si bueno y valiente parecía,
que si el mucho mérito que tenía…
Uno limpia de sangre el estilete
mientras aguarda el silencio en la plaza.
Ya sin nadie se inclina sobre el cuello
y al oído le susurra un lamento.
“Bien ahí estás,
¿quién te manda resucitar un muerto,
limpiar a un leproso, curar a un ciego?
Este es negocio de tontos y truhanes.
De gente honesta, ni casa ni mesa”.
Envaina el gañán y lento se vuelve
sin reparar en que en el ojo frío
una lágrima como ola cae
y ya por la mejilla, suave, rueda.
Desconfía de muertos
que a llorar llegan.
Otro vendrá
con ojos limpios,
rostro terso y un latido en el pecho.
Una mano que roza dedos secos
para que una idea justa y buena
viva, se extienda, crezca.

Madrid en mayo

En mayo comienza el sol a brillar,
ya se va alejando la oscuridad.
Del largo invierno vemos el final.
Se deshace la nieve ensangrentada,
palabras libres vuelven a brotar,
se empequeñecen quienes nos quisieron
separar
Alumbra mayo esperanza
de otro mundo, otra sociedad.
Los míos deben aún aguardar,
todavía no ha empezado el momento
en que muchos se atrevan a confiar.
Pero lo que está a punto de venir,
incluso con vicios y cortedad,
es mucho mejor que lo que se va.
Madrid anuncia lo que va a llegar,
todo, desde Madrid, se salvará.

Paz, libertad, palabra

Escribieron en piedra
"paz", "libertad", "palabra".
Enlazaron tu nombre
con la negra fecha de oscuridad.
Taparon tus restos con una losa,
dejaron fuera el llanto,
los paseos tranquilos a tu vera,
las horas con los hijos,
brisa, nieve y lluvia, algunos abrazos.
Sabes que desde entonces,
comienza a contar del olvido el término.
Llegará el momento en el que nadie ponga
rosas rojas a los pies de tu tumba.
Tus hijos y los suyos morirán,
el tiempo borrará tu noble rastro,
el recuerdo se desvanecerá.
Pero entretanto...
tu lecho ha de ser de la paz santuario;
tu nombre, llamada a la libertad;
tu vida y muerte; clamor de igualdad.
Ha de ser -entretanto- tu sepulcro
hogar y fortaleza de los buenos,
resguardo de los que luchan y sufren,
símbolo de unidad.
Las palabras que entonces se grabaron
como campanas han de resonar.
Esa sepultura no es solo tuya,
no es solo de tus hijos o tu viuda;
de tus amigos, de tus compañeros.
Esa sepultura también es nuestra,
y aquellos que la manchan o profanan
a todos nosotros es a quien matan.
Qué triste y miserable se ha de ser
para la casa de un muerto ensuciar.
Cuánta maldad encierra
lanzar a las lágrimas excrementos,
emborronar la piedra que acarician
quienes una mano ansían rozar.
Cuánto odio se esconde
en quien no deja a los muertos en paz,
en quienes quieren que sufran los vivos
que no pueden sufrir más.
No nos hagas, mi Señor, como ellos,
que, como ha dicho Sara, mantengamos
el dolor por los dolores ajenos,
el amor, la verdad.
Consérvanos, Señor,
lo que nos hace humanos.
Danos las entrañas para llorar,
corazón para saber perdonar,
convicción para nunca abandonar
y fuerza para, juntos, ser capaces
de llegar al final.

Decir

Lo dije, sí.
Roto de indignación,
hastiado de mentiras,
marchita la esperanza,
envuelto el corazón
por gasas de tristeza,
huellas de humillación.
Lo dije, sí.
Dolor de la traición,
risa de los malvados,
quiebra de la justicia,
honra del criminal,
desprecio para el justo,
final de la razón.
Lo dije sí.
Cansado de tibiezas,
harto de los desprecios,
agotado en la lucha,
perdido ya el vigor.
Porque la palabra que a mí me digo
solo a mí pertenece,
solo a mí me la debo,
solo yo la condeno.
Porque ese resto yo me lo quedo,
esa palabra dejo
-prenda de libertad-
junto a mis promesas y juramentos,
junto a lo que he de cumplir y guardar,
al lado de mi serena y antigua
felicidad.
Nos queda la palabra,
para unos hiriente;
para otros, cabal.
Para unos, airada;
para otros, tranquila,
moderada, acertada.
La palabra que no me quitarán;
porque si todo te quieren quitar,
por quitar la palabra empezarán.
Usemos la palabra,
que al igual que la fruta,
se ha de paladear.
Gustemos la palabra,
gustemos de la fruta,
dejémonos llevar,
porque son estos tiempos tan difíciles
que la verdad
con el gusto de fruta
se ha de disimular.

Razón

Perdida la razón,
turbio el conocimiento,
los que se dicen buenos llaman locos
a quienes la opinión mantienen recta
sin ahora cambiar de parecer
como ellos hicieron.
La continua mudanza es discreción;
conservar el pensamiento, locura;
engañar, gran virtud;
y decir la verdad,
estupidez, la mayor necedad.

Calígula

Calígula extendió su mano fría
y rodeo la mía.
La mano que había hecho ministros
a unos cuantos
más dignos del establo que del cargo.
La mano que no tembló en la traición,
que soportó el engaño,
que dejó abandonados
a tantos que no lo hubieran pensado.
Calígula sonrió
y vi sus dientes perfectos y blancos,
su cara maquillada,
el pelo bien peinado.
Calígula me habló,
como con los otros había hablado.
Silbó el aire entre los dientes blancos,
susurró palabra que con malvados
había practicado.
Calígula se fue
y me dejó pensando.
Pensando en servidores destrozados,
en los asesinos glorificados,
en los justos de los que se olvidaron.
Pensando en este país arrasado,
en la división y el odio sembrados,
en los perversos que él ha encumbrado.
Maldito el protocolo
que a tanto me ha obligado.

Nogal

Los que agitan el nogal,
los que recogen las nueces,
las hojas que al suelo caen
y ya no se vuelven a levantar.
Las cubre la ceniza del olvido;
pronto, quizás, la duda, un negro estigma,
la mancha de la culpabilidad.
Tantos que murieron y que se fueron,
tantos enterrados bajo la sombra
de ese oscuro, seco y viejo nogal.
Tantos que ya no ven del mar la espuma,
del bosque el verde, del cielo las nubes.
Tantos.
Calles y parques de otra ciudad,
recuerdos que acaban junto a la muerte,
la sábana, lluvia en el funeral.
Los que agitan el árbol,
los que toman la fruta,
los que aplastan las hojas,
los que entierran los sueños,
los que olvidan; peor,
los que saben, recuerdan y pretenden
que las hojas caídas menos valen
que el poder y las prebendas actuales.
Quienes tengan recuerdos, que los cuenten,
quienes guarden memoria, que nos hablen.
Que nos griten las piedras y las calles.
Que se avergüencen los que agitan árboles,
y más aún los que del suelo toman
frutos rojos de sangre.

11-M

Una mano pequeña
te agarra como ancla;
es tan sólo un recuerdo
en la fría mañana.
Otros recuerdos vienen,
son los que te acompañan
desde aquel otro día,
gris memoria lejana.
Otra mano a lo lejos
que por ti se agitaba;
El asesino azul
tranquilo te aguardaba.
Pero antes las piedras
con sangre han sido untadas.
Él quedó en el camino
y en tu alma su mirada.
Ahora la estás viendo,
aquí, en esta mañana,
definitiva, ardiente,
caótica y extraña.

La sal seca la boca,
la ropa está mojada,
horizonte lejano,
miedo al crujir las tablas.

Regresabas del campo
cuando viste las llamas
cuando oíste los gritos,
tu nombre pronunciaban;
un silbido en el aire
te trajo la desgracia.
Aceptas el periódico
que en el metro regalan
te aprietas contra tantos
que el mismo aire exhalan.
¿Acaso hay diferencias
entre los que para vivir trabajan?

Una mano en el culo,
tragas saliva, pasas.
Los ojos distraídos
se fijan en su cara.
Guapa, morena, pálida.
Le clava la mirada,
ella también le mira,
parece contrariada.
Quiero olvidar su gesto
cuando el café tomaba,
y el sabor de su piel
cuando con él follaba.
Hoy acabo el informe
y hago ya la llamada.
Si estamos a primeros,
otro mes sin la paga,
cogeré los ahorros
para el envío a casa.
Es guapo el tío negro,
lástima que no vaya
al bar en el que entro;
que baje en mi parada,
le sigo, me lo cruzo,
caída de pestañas.
¿Y el móvil, dónde está?

Como cada mañana
entra en la habitación,
igual que la dejara
el día de desgracia;
bueno, hecha la cama.
La arregló el mismo día
al regresar a casa.
Vio en la mesita el móvil
que entonces olvidara
encendido y abierto;
y que ahora muerto también estaba.

En el Cielo tus hijos
están, a ti te aguardan.
Grita y golpea airado
ante las cajas blancas,
blancas como el metal
del cajón en que viaja.
De pie echa la cuenta
de lo que aún le falta
para acabar el pago
de la pierna moderna
que a su hija regala.
Sabe que allá muy lejos
ella por ella aguarda.
Ahora busca sombra
donde antes jugaba
¿Cuánto dinero cuestan
de un pájaro las alas?
Las manos en los guantes,
todo fluye y encaja,
incluso el traqueteo
con su mente acompasa.
Tranquilo en su palacio
goza de la mañana.
De nuevo han fracasado
los que la paz pactaban.
Superficial artículo,
por algo lo regalan,
luego lo mirará
en...
...y todo estalla.

Sí que es malo el café
del bar de la parada;
pero ella que no tiene
se siente como en casa
entre ruido de trenes
y churros en la barra.
De repente el estruendo
y el mundo que se acaba.
No te puedes mover,
estás petrificada.
El bar es un dibujo
de gente estupefacta.
Tiras del compañero,
hacia el andén avanzas.
Del túnel salir ves
el primer cadáver de la mañana.
Rojo, azul, alarido;
del infierno la entrada.
Tienes que ir, ahí.

Oscuro alrededor,
agua y sangre en la espalda.
Echa en falta su guante,
la mano que guardaba
y el brazo que movía
el mundo en que gozaba.
Fulgores de linternas,
una voz que le llama.
Vio el fuego, oyó la bomba;
la chica se quemaba,
su rostro se fundió;
el fuego rojo avanza
hacia él, indefenso,
la llama ya le mata.
En las piernas temblor,
los hierros ella salta,
la sigues, entras, rezas.

El silencio, el dolor;
muerte bajo la carpa.
Lloran y se estremecen
los que en ella trabajan
cuando en un móvil vivo
se oye la llamada
por la que amante, amigo,
padre, madre o hermana
palabras de un cadáver
con angustia reclaman.
Ve la sábana blanca,
encima la tarjeta,
alguien ya la levanta.
Pues sí, ha sucedido
un mundo así se acaba.
Unos ojos cerrados,
sangre seca en la cara,
no más mañanas juntos
perreando en la cama.
Muchos años después
aún recuerda aquella blanca mortaja,
de la que es una copia
la que la luz le tapa.

Llevas en ti la muerte
y un recuerdo en el alma.
El dolor es más fuerte,
sientes como te abraza,
casi te reconforta
en esta hora amarga.
Si tus hijos vivieran...
los sientes a tu espalda,
pronto serán reales;
muerte en vida tornada.
Hoy tiemblan los maestros
que a las cinco aguardan
a los que recogen
esta preciosa carga.
¿Alguno no vendrá?
No aguantan las miradas
que los chavales serios
asustados les lanzan.

Ventana y cielo gris,
tristeza y sobria calma.
Negro deber cumplido
lejos, fuera, en España.
Leve peso de muertos
que a la razón del estado acompañan.
Unos sufren y mueren,
él, un golpe en la espalda.

La estación está cerca,
los pasos no engañan.
Primaveral calor
de la luz en la cara;
fúnebre negra máscara.
Color de la mañana,
que tras ella se oculta,
ven a mi y me regalas
tan solo dos minutos
para ver la muchacha,
perfume penetrante,
que tan suave me habla
con voz entrecortada.

¡Oh, tristes odios imperecederos!