Rojo mar en estanque contenido se agita, vibra y también enmudece, te arrastra, te empuja, y suave te mece. Oyes palabras huecas, sin sentido, pero no importa, sientes el latido, poderoso, del gentío que crece, grita y se calla, parezca que rece. Música, discursos, ¡qué colorido! Juntos se sientan el intelectual, el pensionista, y el dueño del bar, escuchan, se emocionan por igual. ¿Qué es lo que les trae a este lugar? En el fondo, un atávico ritual, el clan, reunido, antes de cazar.
Hueso y estrella
Mide el hueso y apunta. Libreta y bata, blancas y ceras. Luz clara de la tarde en las estancias quedas. Polvo bajo las uñas, amarillo en el cielo; se vacían las cuencas; el tiempo corre en relojes de arena. Hace su tarea el gusano, deshaciendo la carne en la tierra. Arriba pican terrones y hablan de la guerra. Mañana gris, aire de la sierra. El alba ha visto mujeres llorando monte arriba, en el bosque, cerca del santo. Barro húmedo y negro sobre corazones tibios. Los últimos latidos los dieron bajo tierra. En la noche tiemblan, buscan los ojos una esperanza, baten los corazones, aguantan las tibias el peso de la carne que aventuran ya muerta. Repara en que en el hueso se ha prendido la punta de una estrella.
Un ojo azul
Un ojo azul, uno tan solo, perdido su hermano, reventado en la noche. Noche de carreras y de gritos, noche. Se levantan los brazos en las calles como hierba bajo el viento y la lluvia, se levantan. Se alzan del suelo y desafían la oscuridad. Busca lo negro el azul de un ojo hermoso que en vientre obrero el amor conformó. Que en barrio obrero creció y en tardes de primavera de esperanza se llenó. Ojo que leyó y estudió, amó y guiñó. Ojo que aprendió y luchó; aquella noche por última vez miró. Del asfalto nacen las garras que roban los ojos a las muchachas, llenan de lágrimas los corazones. De la ciudad surgen los gritos que agrisan nuestras voces y las callan. De los coches salen monstruos feroces que rompen, pegan, engañan y matan. La ciudad ha callado y un ojo solo aguarda que vuelva su hermano, perdido en la oscuridad. No, ojo hermoso, tu hermano no volverá. Tú solo has de mirar, tú solo has de gritar, tú solo has de acusar, tú solo has de mirar; tú solo nos has de guiar. Tú solo, tú; Tú serás fanal, tú serás altar, tú serás signo y señal tú serás quien ha de despertar a tantos que duermen y consienten a tantos que aún no saben que tenemos que gritar y que jamás, jamás se ha de olvidar.
Horroroso padecimiento
El portavoz del Gobierno, traje impecable, mirada serena; nos informa y lamenta de la senadora el padecimiento. Un horroroso -cruel- padecimiento. El portavoz del Gobierno, grave la voz, plateada la barba, con gesto serio, a pensar nos invita sobre cuáles son las causas que explican este triste evento. Y reflexiono. Sobre el hombre ahorcado en el momento de ser desahuciado; sobre niños llorando ante puertas de casas embargadas; sobre mujeres de húmedos ojos -mirada al infinito, paso firme- precipitándose, vacío el estómago, vacío el corazón, hacia la inesperada caridad. Pienso en quienes han emigrado, en padres de los hijos separados. Pienso en los explotados, pienso en los expulsados. Pienso. Pienso en la arrogancia de los expertos en el Banco Central Europeo, en quienes mueven la prima de riesgo. Pienso en quienes han estudiado, en quienes han trabajado para ahora verse arrojados como inútiles trastos olvidados. Reflexiono sobre el horroroso padecimiento y lamento que las vidas de tantos se hayan extraviado. Reflexiono en los que nunca pensaron que la calle en la noche sería cama y hogar. Reflexiono (gracias, señor portavoz del Gobierno) y lamento y me emociono y lloro como ahora lloras tú ante este horroroso padecimiento.
Cementerios lejanos
Cuando cansado el cuerpo se detenga y en la tumba se pudran tus recuerdos. Cuando hacia el suelo caiga tu mirada y el azul del cielo ya sea negro; no mires qué tierra acoge tus restos, no escuches argumentos de tus deudos, no persigas que una cruz señale tus victorias y esfuerzos. Sonríe y piérdete. Olvídate de famas y de flores, banderas, himnos y laureles secos. Que griten tus huesos desde lo oscuro que lo que ahí hay es solo de un hombre envoltorio, aderezo. Que ningún muerto es más que el vivo más pequeño. Honras no quiero, Un instante de luz, una mirada, un beso... Si nada de esto puedes ya darme inútiles son tus falsos requiebros. Dejad ya mi mortaja reposar. En mí crecen las flores y los setos, cantan los pájaros y sopla el viento. Aquí sentí mi último latido, En este lugar el reposo encuentro.
Muertos
¡Líbranos Señor del notario de los muertos! De quienes miden tamaños y emplazamientos, de quienes deciden dónde han de estar los restos de aquellos que hace tanto murieron. Quien no se haya visto en la mañana temblando ante el cielo enrojecido, el ruido de mosquetes y la risa de quien te va a matar. Quien no haya sentido las rodillas quebrarse por las balas, plomo en los pulmones y fuego seco que sin aire te deja; quien no haya sentido más la rabia de la derrota que el miedo a la muerte; quien no haya odiado y amado y luchado, matado y perdonado; quien no se haya dejado llevar por la venganza y la ira, el rigor de la justicia, el deseo de paz; a quien todo esto le sea ajeno ¿qué ha de juzgar? Líbranos de los tribunales del pasado, de quienes invocan odios, de quienes mueven cadáveres, de quienes dictan verdades y sepultan las dudas. De todos ellos, líbranos Señor, danos razón, conciencia y humildad, valor y comprensión, sabiduría para guardar olvidos y recuerdos. No hay ni tumba hermosa ni muerte pacífica. Bajo el oscuro mármol viven los gusanos, en la cripta resuenan disparos antiguos que hablan de derrotas y fracasos, de pérdidas que ningún honor tapará. No hay muerto mayor que el vivo más pequeño. Todos lo muertos han sido vencidos. Si con los suyos descansan, dejémoslos o entre tierra o en granito reposar. Solo por una flor poner o un nombre un cuerpo se puede desenterrar. Si no es por eso, ninguna disculpa habrá para los recuerdos de un muerto perturbar ¡Líbranos Señor del notario de los muertos! Que quienes miden tamaños y emplazamientos dibujen parques y no cementerios
Días difíciles
Frío en el rostro, ojos vacíos, pecho en silencio. Una mano extendida, seca y pálida. Polvo en la ropa, heridas en la frente. Junto al cuerpo se vienen los curiosos y comentan los lances del encuentro. Que si bueno y valiente parecía, que si el mucho mérito que tenía… Uno limpia de sangre el estilete mientras aguarda el silencio en la plaza. Ya sin nadie se inclina sobre el cuello y al oído le susurra un lamento. “Bien ahí estás, ¿quién te manda resucitar un muerto, limpiar a un leproso, curar a un ciego? Este es negocio de tontos y truhanes. De gente honesta, ni casa ni mesa”. Envaina el gañán y lento se vuelve sin reparar en que en el ojo frío una lágrima como ola cae y ya por la mejilla, suave, rueda. Desconfía de muertos que a llorar llegan. Otro vendrá con ojos limpios, rostro terso y un latido en el pecho. Una mano que roza dedos secos para que una idea justa y buena viva, se extienda, crezca.
Madrid en mayo
En mayo comienza el sol a brillar, ya se va alejando la oscuridad. Del largo invierno vemos el final. Se deshace la nieve ensangrentada, palabras libres vuelven a brotar, se empequeñecen quienes nos quisieron separar Alumbra mayo esperanza de otro mundo, otra sociedad. Los míos deben aún aguardar, todavía no ha empezado el momento en que muchos se atrevan a confiar. Pero lo que está a punto de venir, incluso con vicios y cortedad, es mucho mejor que lo que se va. Madrid anuncia lo que va a llegar, todo, desde Madrid, se salvará.
Paz, libertad, palabra
Escribieron en piedra "paz", "libertad", "palabra". Enlazaron tu nombre con la negra fecha de oscuridad. Taparon tus restos con una losa, dejaron fuera el llanto, los paseos tranquilos a tu vera, las horas con los hijos, brisa, nieve y lluvia, algunos abrazos. Sabes que desde entonces, comienza a contar del olvido el término. Llegará el momento en el que nadie ponga rosas rojas a los pies de tu tumba. Tus hijos y los suyos morirán, el tiempo borrará tu noble rastro, el recuerdo se desvanecerá. Pero entretanto... tu lecho ha de ser de la paz santuario; tu nombre, llamada a la libertad; tu vida y muerte; clamor de igualdad. Ha de ser -entretanto- tu sepulcro hogar y fortaleza de los buenos, resguardo de los que luchan y sufren, símbolo de unidad. Las palabras que entonces se grabaron como campanas han de resonar. Esa sepultura no es solo tuya, no es solo de tus hijos o tu viuda; de tus amigos, de tus compañeros. Esa sepultura también es nuestra, y aquellos que la manchan o profanan a todos nosotros es a quien matan. Qué triste y miserable se ha de ser para la casa de un muerto ensuciar. Cuánta maldad encierra lanzar a las lágrimas excrementos, emborronar la piedra que acarician quienes una mano ansían rozar. Cuánto odio se esconde en quien no deja a los muertos en paz, en quienes quieren que sufran los vivos que no pueden sufrir más. No nos hagas, mi Señor, como ellos, que, como ha dicho Sara, mantengamos el dolor por los dolores ajenos, el amor, la verdad. Consérvanos, Señor, lo que nos hace humanos. Danos las entrañas para llorar, corazón para saber perdonar, convicción para nunca abandonar y fuerza para, juntos, ser capaces de llegar al final.
Decir
Lo dije, sí. Roto de indignación, hastiado de mentiras, marchita la esperanza, envuelto el corazón por gasas de tristeza, huellas de humillación. Lo dije, sí. Dolor de la traición, risa de los malvados, quiebra de la justicia, honra del criminal, desprecio para el justo, final de la razón. Lo dije sí. Cansado de tibiezas, harto de los desprecios, agotado en la lucha, perdido ya el vigor. Porque la palabra que a mí me digo solo a mí pertenece, solo a mí me la debo, solo yo la condeno. Porque ese resto yo me lo quedo, esa palabra dejo -prenda de libertad- junto a mis promesas y juramentos, junto a lo que he de cumplir y guardar, al lado de mi serena y antigua felicidad. Nos queda la palabra, para unos hiriente; para otros, cabal. Para unos, airada; para otros, tranquila, moderada, acertada. La palabra que no me quitarán; porque si todo te quieren quitar, por quitar la palabra empezarán. Usemos la palabra, que al igual que la fruta, se ha de paladear. Gustemos la palabra, gustemos de la fruta, dejémonos llevar, porque son estos tiempos tan difíciles que la verdad con el gusto de fruta se ha de disimular.
Razón
Perdida la razón, turbio el conocimiento, los que se dicen buenos llaman locos a quienes la opinión mantienen recta sin ahora cambiar de parecer como ellos hicieron. La continua mudanza es discreción; conservar el pensamiento, locura; engañar, gran virtud; y decir la verdad, estupidez, la mayor necedad.
Calígula
Calígula extendió su mano fría y rodeo la mía. La mano que había hecho ministros a unos cuantos más dignos del establo que del cargo. La mano que no tembló en la traición, que soportó el engaño, que dejó abandonados a tantos que no lo hubieran pensado. Calígula sonrió y vi sus dientes perfectos y blancos, su cara maquillada, el pelo bien peinado. Calígula me habló, como con los otros había hablado. Silbó el aire entre los dientes blancos, susurró palabra que con malvados había practicado. Calígula se fue y me dejó pensando. Pensando en servidores destrozados, en los asesinos glorificados, en los justos de los que se olvidaron. Pensando en este país arrasado, en la división y el odio sembrados, en los perversos que él ha encumbrado. Maldito el protocolo que a tanto me ha obligado.
Nogal
Los que agitan el nogal, los que recogen las nueces, las hojas que al suelo caen y ya no se vuelven a levantar. Las cubre la ceniza del olvido; pronto, quizás, la duda, un negro estigma, la mancha de la culpabilidad. Tantos que murieron y que se fueron, tantos enterrados bajo la sombra de ese oscuro, seco y viejo nogal. Tantos que ya no ven del mar la espuma, del bosque el verde, del cielo las nubes. Tantos. Calles y parques de otra ciudad, recuerdos que acaban junto a la muerte, la sábana, lluvia en el funeral. Los que agitan el árbol, los que toman la fruta, los que aplastan las hojas, los que entierran los sueños, los que olvidan; peor, los que saben, recuerdan y pretenden que las hojas caídas menos valen que el poder y las prebendas actuales. Quienes tengan recuerdos, que los cuenten, quienes guarden memoria, que nos hablen. Que nos griten las piedras y las calles. Que se avergüencen los que agitan árboles, y más aún los que del suelo toman frutos rojos de sangre.
11-M
Una mano pequeña te agarra como ancla; es tan sólo un recuerdo en la fría mañana. Otros recuerdos vienen, son los que te acompañan desde aquel otro día, gris memoria lejana. Otra mano a lo lejos que por ti se agitaba; El asesino azul tranquilo te aguardaba. Pero antes las piedras con sangre han sido untadas. Él quedó en el camino y en tu alma su mirada. Ahora la estás viendo, aquí, en esta mañana, definitiva, ardiente, caótica y extraña.
La sal seca la boca, la ropa está mojada, horizonte lejano, miedo al crujir las tablas.
Regresabas del campo cuando viste las llamas cuando oíste los gritos, tu nombre pronunciaban; un silbido en el aire te trajo la desgracia. Aceptas el periódico que en el metro regalan te aprietas contra tantos que el mismo aire exhalan. ¿Acaso hay diferencias entre los que para vivir trabajan?
Una mano en el culo, tragas saliva, pasas. Los ojos distraídos se fijan en su cara. Guapa, morena, pálida. Le clava la mirada, ella también le mira, parece contrariada. Quiero olvidar su gesto cuando el café tomaba, y el sabor de su piel cuando con él follaba. Hoy acabo el informe y hago ya la llamada. Si estamos a primeros, otro mes sin la paga, cogeré los ahorros para el envío a casa. Es guapo el tío negro, lástima que no vaya al bar en el que entro; que baje en mi parada, le sigo, me lo cruzo, caída de pestañas. ¿Y el móvil, dónde está?
Como cada mañana entra en la habitación, igual que la dejara el día de desgracia; bueno, hecha la cama. La arregló el mismo día al regresar a casa. Vio en la mesita el móvil que entonces olvidara encendido y abierto; y que ahora muerto también estaba.
En el Cielo tus hijos están, a ti te aguardan. Grita y golpea airado ante las cajas blancas, blancas como el metal del cajón en que viaja. De pie echa la cuenta de lo que aún le falta para acabar el pago de la pierna moderna que a su hija regala. Sabe que allá muy lejos ella por ella aguarda. Ahora busca sombra donde antes jugaba ¿Cuánto dinero cuestan de un pájaro las alas? Las manos en los guantes, todo fluye y encaja, incluso el traqueteo con su mente acompasa. Tranquilo en su palacio goza de la mañana. De nuevo han fracasado los que la paz pactaban. Superficial artículo, por algo lo regalan, luego lo mirará en... ...y todo estalla.
Sí que es malo el café del bar de la parada; pero ella que no tiene se siente como en casa entre ruido de trenes y churros en la barra. De repente el estruendo y el mundo que se acaba. No te puedes mover, estás petrificada. El bar es un dibujo de gente estupefacta. Tiras del compañero, hacia el andén avanzas. Del túnel salir ves el primer cadáver de la mañana. Rojo, azul, alarido; del infierno la entrada. Tienes que ir, ahí.
Oscuro alrededor, agua y sangre en la espalda. Echa en falta su guante, la mano que guardaba y el brazo que movía el mundo en que gozaba. Fulgores de linternas, una voz que le llama. Vio el fuego, oyó la bomba; la chica se quemaba, su rostro se fundió; el fuego rojo avanza hacia él, indefenso, la llama ya le mata. En las piernas temblor, los hierros ella salta, la sigues, entras, rezas.
El silencio, el dolor; muerte bajo la carpa. Lloran y se estremecen los que en ella trabajan cuando en un móvil vivo se oye la llamada por la que amante, amigo, padre, madre o hermana palabras de un cadáver con angustia reclaman. Ve la sábana blanca, encima la tarjeta, alguien ya la levanta. Pues sí, ha sucedido un mundo así se acaba. Unos ojos cerrados, sangre seca en la cara, no más mañanas juntos perreando en la cama. Muchos años después aún recuerda aquella blanca mortaja, de la que es una copia la que la luz le tapa.
Llevas en ti la muerte y un recuerdo en el alma. El dolor es más fuerte, sientes como te abraza, casi te reconforta en esta hora amarga. Si tus hijos vivieran... los sientes a tu espalda, pronto serán reales; muerte en vida tornada. Hoy tiemblan los maestros que a las cinco aguardan a los que recogen esta preciosa carga. ¿Alguno no vendrá? No aguantan las miradas que los chavales serios asustados les lanzan.
Ventana y cielo gris, tristeza y sobria calma. Negro deber cumplido lejos, fuera, en España. Leve peso de muertos que a la razón del estado acompañan. Unos sufren y mueren, él, un golpe en la espalda.
La estación está cerca, los pasos no engañan. Primaveral calor de la luz en la cara; fúnebre negra máscara. Color de la mañana, que tras ella se oculta, ven a mi y me regalas tan solo dos minutos para ver la muchacha, perfume penetrante, que tan suave me habla con voz entrecortada.
El jardín de las hipótesis inconclusas. Un espacio abierto a todas las ideas, por locas que sean, y a todos los planteamientos, por alejados que estén de los pareceres comunes.