Cuando a extinguirse empieza ya la noche,
cuando ya la humedad cala los huesos,
cuando el soplo del viento apaga besos
y los ojos dibujan un reproche;
te arrepientes de haber puesto este broche
a una noche de música y excesos.
Sientes la fría pena de los presos
que en su celda imaginan cada noche
una sábana blanca y una manta.
Por encima de los tejados ves
un tenue carmesí que se levanta,
que recuerda tu nombre, y donde estés
la voz oyes de nuevo que te canta
una nana sentándose a tus pies.