Las cosas no son como eran antes. Vaho en los cristales, agua turbia, polvo. Hay una baldosa alta y levantada, una grieta en la pared alisada, un temblor, calor o frío a destiempo. La vida supo esperar el momento de abrir hostilidades. Sin grandes aspavientos, leve morosidad, mañana de domingo. Supo esperar el día de bombardear los buques anclados -las velas al pairo, bien engalanados, vigías dormidos, cañones guardados- tranquila la playa de nuestra alegría, allí donde el corazón aguardaba un día sin sorpresas, una noche tranquila, una muerte feliz, una tumba sencilla, una herencia pacífica. La vida supo aguardar el momento de la caricia áspera que con su dedo índice nos regala la mano, pálida y seca, de un esqueleto. No te derrumbas. No se permite tal cosa. Permaneces en pie. Quieto. Detenido en un semáforo en verde mientras que otro sigue en el fluir de la calle, en el sol de la tarde, sabiendo ya perdida, la muerte feliz, la tumba sencilla, la herencia pacífica. Sea pues, amiga. Aquí nos tienes, derrotado y perdido, sintiendo al fin lo que vale un día sin lágrimas ni sangre. Un día que no espera otra tarde de dicha. Aquí me tienes aguardando otro golpe, más lágrimas y la esperanza, que nada acabe antes que el fin de nuestra dicha.
El jardín de las hipótesis inconclusas. Un espacio abierto a todas las ideas, por locas que sean, y a todos los planteamientos, por alejados que estén de los pareceres comunes.