Un pecho de cristal, quebrado como el protegepantallas de un teléfono móvil. Tras él, solo el vacío. Puedo llenarlo con lo que no ha sido, con salidas y riñas, con parejas que no han venido a casa temblorosas, con escapadas de fin de semana y la llave alegre y tintineante de un coche limpio de segunda mano. Podría llenarlo de mil imágenes para ahogarme en la melancolía; pero la carne no regresaría. El músculo y la grasa seguirían ausentes. Unas mujeres sentadas al sol tranquilo de la tarde plena. Una vida que se acaba. Sería fácil clavarse en la tierra de una trinchera entre los bosques de Ucrania. Bajo las balas y bombas, tan solo esperando una explosión que te reduzca a la nada que ya eres.
El jardín de las hipótesis inconclusas. Un espacio abierto a todas las ideas, por locas que sean, y a todos los planteamientos, por alejados que estén de los pareceres comunes.