Rozar el cenit de la primavera una tarde cualquiera junto al mar. Lanzar la vista al horizonte azul sin prisas y sin urgencias. La ciudad, el paseo, las montañas, los muros desconchados de las tascas, la luz que reverbera en el agua, un joven que se impulsa sobre patines, dos mujeres que charlan descuidadas -una se ajusta el pliegue de la falda, otra se aparta un rizo de la cara-, la arena suave un poco más allá... Todo es solo para que lo vea, para que mil años después de ahora recuerde esta tarde sin urgencias, sereno soplo de normalidad, anhelo de recuerdos renovados, aquella remota tranquilidad. Ningún día es perfecto, pero este que ahora se encamina, firme e imperturbable, hasta la noche de su terminar, podría ser uno de esos raros que, quizás, alcancen a perdurar.
Pero llega lo negro. En el patio las azucenas tiemblan, allá a lo lejos un destello gris, estremecimiento, infelicidad. Se cierran las entrañas, un dolor en el pecho, malestar. Papel que un instante levanta el viento, se agita, cae, volver a empezar. Sueño entrecortado, incomodidad. Mirar de frente a la felicidad, apurar cada segundo de luz, cada soplo de pura claridad. Olvidar que, traspasado el ocaso, llega la oscuridad y, una vez en ella, envuelto en la noche, repetir como en un salmo pascual. "Esto que llega, al final pasará, esto que sufro, terminará" Cuando no hay ni sol ni luna ni estrellas, mirar dentro y pensar: "Queda poco, muy poco para que vuelva, calma, la mirada; regrese el corazón a la pupila, se envuelvan en la luz cabello y rostro, felicidad".
Dulce mañana de primavera, algunas nubes lejanas, restos de lluvia nocturna, risas, salidas triviales; limón en el zumo de naranja, cereales, tostadas, mantequilla... Todo tiene un sentido profundo, retazos de tragedia olvidados secretos sentidos compartidos. Una mirada sostiene el mundo. La casa, el patio, la calle. En tus pupilas reflejo, solo eso es la realidad. Agita tu ira nuestro corazón, se calma con tu silencio sereno. Es esperanza tu felicidad, angustia tu profundo malestar. Déjanos soportarte, ¡oh primavera de nuestro cierto y triste declinar! Sol y lluvia, nubes y oscuridad, tiempo cambiante, sombras, luces, paz. Que contemplemos con igual desdén, las tardes luminosas y perfectas, las noches tristes y desesperadas, vida al final.
El jardín de las hipótesis inconclusas. Un espacio abierto a todas las ideas, por locas que sean, y a todos los planteamientos, por alejados que estén de los pareceres comunes.