
Manuel Cachón (1956-2025) era un sabio.
Hay que ser cuidadosos en la utilización de una palabra como ésta; y, precisamente, conocer personas como él te hace darte cuenta de en qué casos no conviene exagerar y en cuáles otros el empleo del término es absolutamente natural, como si hubiera estado esperando a que apareciera una persona como Cachón para encarnarse.
Esta naturaleza especial de Manolo creo que solamente podía ser percibida plenamente en el trato directo. Es (era) un autor conocido, con abundantes publicaciones tanto en derecho procesal como en historia de la doctrina jurídica española; pero más allá de lo que acababa en letra impresa, Cachón atesoraba un enorme caudal de conocimientos en los ámbitos más diversos que compartía de forma generosa con cualquiera que le preguntara. La mayoría de los profesores de la facultad de derecho -yo incluido- y también el resto del personal, acudíamos con cierta frecuencia a su despacho para plantearle éste o aquel problema jurídico; y Manolo siempre daba con una perspectiva interesante o llamaba la atención sobre algún punto que podía haber pasado desapercibido. La consulta, además, podía ir más allá de lo jurídico, pues sus conocimientos sobre política, historia, filosofía o teología eran también muy amplios. En definitiva, Cachón era mucho más que lo publicado por Cachón; y eso que sus publicaciones son (aquí sí podemos utilizar el tiempo presente) extensas e intensas.
Por lo que acabo de explicar me alegré mucho cuando Enric Fossas me comentó su proyecto de elaborar un libro de conversaciones con Manolo. Como dice Enric -y, como acabo de explicar, es lo que yo también pienso- Manuel Cachón va más allá de lo que ha publicado y estaría bien recoger de forma perdurable, más allá del recuerdo de los que le hemos tratado, esa parte de Manolo que no está en sus escritos. A esto responde el libro «Un largo paseo», que es el resultado de esa conversación entre Enric Fossa y Manuel Cachón.
El libro queda para que quienes en el futuro ya no tengan la oportunidad de conocerlo, encuentren parte de esa riqueza humana y académica que formaba parte intrínseca de la personalidad de Manuel Cachón; pero también es muy valioso para los que sí le tratamos. En mi caso, por ejemplo, tenía conocimiento aproximado de muchas de las cosas sobre la vida de Manolo que se recogen en el libro; pero se trataba de un conocimiento fragmentario; el propio de las cosas que van saliendo en cualquier conversación orientada a otro tema. Así, sabía (¡cómo no!) de su origen leonés, que había estado en el seminario y que en Cataluña se había vinculado desde siempre a Tarrasa, sabía de su mujer y de su hija, que había sido alumna de derecho en nuestra Facultad; pero todas estas noticias no seguían un hilo preciso que sí proporciona el libro.



Gracias a él, se descubre una personalidad característica y atractiva. Una persona nacida en una aldea, alejada de los centros culturales y, sin embargo, captado para los libros desde la infancia gracias a la influencia de su abuela, fruto de una familia de maestros rurales que, a su vez, procedían de campesinos que prefirieron cambiar unas cuántas reses o terrenos por la posibilidad de estudiar para convertirse en quienes enseñan a otros a leer, a escribir, matemáticas o historia. Seguir la evolución de la vida de la aldea en la que se inserta el niño que luego se convertirá en el profesor Cachón y verle crecer en la escuela unitaria que experimentó en sus primeros años para de ahí pasar al seminario menor, donde curso los estudios de bachillerato y de ahí al instituto, primero en León y luego en Tarrasa, donde se había ido a vivir con la idea de seguir estudios universitarios en Barcelona.
Aunque de manera concisa, todo aparece en el libro de Enric y Manolo; incluido el alejamiento de la fe que experimentó el antiguo seminarista. El estilo lógico y ordenado, objetivo, de Cachón brilla en estas conversaciones en las que da cuenta de una y otra decisión, de por qué elegir una carrera en vez de otra, la UAB en vez de la UB o de por qué inclinarse, finalmente por el derecho procesal. La descripción que hace de la universidad en la segunda mitad de los 70 y comienzos de los 80 está llena de detalles que interesarán a quienes la conocimos unos años después; porque con transparencia se habla de compañeros y profesores, mostrando de forma ecuánime sus virtudes y sus carencias, en una descripción muy valiosa de aquellos años fundamentales para la historia de nuestro país.


Personalmente, me interesan mucho los relatos de formación, y en la primera parte del libro que comento encontramos uno de esos relatos que, como adelantaba, comienza con el aprendizaje de la lectura gracias a la abuela Toribia y culmina con la defensa de la tesis doctoral en la UAB. Un relato en el que lo personal se conecta con lo profesional y, especialmente, el encuentro con Nuri, la compañera de toda la vida de Manolo.
A partir de ese momento, de la obtención del título de doctor (1988) comienza -tal y como yo lo veo- una segunda etapa en la vida de Cachón, su época de profesor, de autor, de catedrático (1993), de gestor en la universidad (fue decano y director de departamento), de creador de una escuela y de autor con una obra sólida en la que el derecho procesal se ha conjugado con la investigación histórica.
Esto último creo que es muy relevante. Manolo era plenamente consciente de la diferencia que hay entre la investigación que te permite llegar a descubrir una verdad que estaba oculta y lo que hacemos en derecho, que es otra cosa. En el libro se explica muy bien esta distinción que no implica en absoluto que la denominada investigación jurídica sea menos importante o rigurosa que otro tipo de conocimiento; pero teniendo que estar de acuerdo en que asume una naturaleza diferente. Coincido plenamente con este acercamiento y me alegra verlo explicado con tanta claridad. El pseudocientifismo del derecho no creo que nos ayude a los juristas y congratula ver cómo un académico indiscutible es capaz de plantearlo de manera abierta y constructiva.
Esta etapa de Manolo, que lamentablemente se ha convertido en su etapa final, es brillante y útil. En los últimos lustros hemos disfrutado de los libros y contribuciones que Cachón ha dedicado a la historia de los procesalistas en un marco estremecedor, como es el que recorre la primera mitad del siglo XX en España, desde la esperanza que parecía abrirse con las becas para la ampliación de estudios hasta la convulsión de la II República, el drama de la Guerra Civil y la negra oscuridad de la postguerra en la que tantos se fueron o quedaron apartados. Manolo se manejaba con soltura en esos años, desenmascarando relatos caricaturescos y ahondando en dramas personales que, a la vez, explicaban la historia de una generación y la derrota de un país y de un proyecto que podría habernos llevado a una España muy diferente. Las conversaciones sobre estos temas entre Enric (que también se ha ocupado de esa época, en su libro sobre el proceso a Companys, por ejemplo), abren luz no solamente sobre la etapa en sí, sino sobre el tratamiento posterior a esas décadas de nuestra historia.
Del libro se desprende que la intuición que tenemos quienes conocimos a Manolo (es más, mucho más de lo que ha publicado) es plenamente cierta. Aparte de su vida académica, de las clases y de la dirección de tesis doctorales, de las publicaciones y de los dictámenes en materia de derecho procesal, más allá incluso de su trabajo en la historia jurídica, Manolo era una persona con unas características no se si únicas, pero muy particulares. El espíritu campesino de su infancia que le dotaba de esa dignidad, ese respeto a la palabra dada, esa lealtad y esa afición al trabajo que le acompañaron siempre; la admiración a la cultura que nació de ese primer contacto con su abuela y que se enriqueció a lo largo de su vida. El cariño a Nuri y a toda su familia, tanto su familia de origen como su familia de destino, ya en Cataluña. La inquietud intelectual que le hace servir a la verdad más allá de cualquier otro interés. La curiosidad, que es la principal característica de cualquier investigador y el cariño a la universidad que ha de caracterizar a todo académico.


Tenemos mucho que agradecer a Enric por haber tenido la idea y llevado adelante el proyecto de escribir, junto con Manolo, este libro; porque es a través de la letra impresa que puede permanecer aquello valioso que, de otra forma, moriría cuando desaparecieran los últimos testigos directos. Esto aprendió Cachón en su infancia de su abuela, eso practicó toda su vida y, casi de forma inevitable, pero con la intermediación de Enric Fossas, gracias a eso quienes le conocimos y quienes no le han llegado a conocer, tienen testimonio de una persona de una pieza, de un académico, de un sabio, de, como le siguen llamando sus discípulos con enorme respeto, un profesor.
Gracias Enric, gracias Manolo.
Número de orden, 100
