El Cautivo, de Amenábar

Durante más de un siglo, el mundo que nos mostraban las películas era exclusivamente heterosexual. La homosexualidad ni siquiera aparecía o, si lo hacía, era de una manera marginal, sutil o ambigua (Ben-Hur y Mesala, por ejemplo). Desde hace décadas, sin embargo, asistimos a una presencia cada vez mayor de la homosexualidad en el cine (se pueden poner muchos ejemplos, pero, por quedarme con uno, Brokeback Mountain, de Ang Lee); pero nunca -que yo sepa- se había intentado lo que hace Amenábar en «El Cautivo»: representar un mundo en el que lo homosexual es la norma y lo heterosexual, una sombra.

La historia es conocida, Cervantes, soldado veterano de Lepanto (donde fue herido en una mano, perdiendo el uso de ésta) es capturado por corsarios berberiscos cuando regresaba a España en 1575 (tenía entonces 28 años) y llevado a Argel, donde pasa cinco años de cautiverio hasta que es rescatado. Mientras estuvo en Argel intentó fugarse hasta en cuatro ocasiones, siendo siempre capturado de nuevo. Esta es la base histórica sobre la que Amenábar construye su película que, conscientemente, va más allá, porque lo que hace es recrear un Argel imaginario en el que la homosexualidad es lo que la heterosexualidad en la mayoría de las películas: el estado natural de la sociedad. Me explico.

En la película de Amenábar no hay ningún personaje abiertamente heterosexual. Sí, hay uno que ha tenido un hijo; pero, como sabemos, una cosa es haber tenido relaciones heterosexuales (imprescindibles para engendrar) y otra ser heterosexual; pero, aparte de este personaje, el resto o son abiertamente homosexuales o todo se plantea de una forma tan ambigua que bien podría pensarse que lo son; y, en cualquier caso, en la película están completamente ausentes las relaciones heterosexuales; con excepción de una a la que me referiré luego porque es también bastante significativa.

En el Argel de Amenábar, el gobernador (Hassan Bajá) es un italiano renegado, culto (habla cinco idiomas, incluido el castellano) y homosexual (tiene un harén de mancebos a su servicio; los que, en la película, se denominan «garzones»). Por las calles se ve a corsarios acompañados de muchachos jóvenes y la barbería que frecuenta Cervantes es también centro de encuentros homosexuales. El propio Cervantes es presentado como alguien que, probablemente, había tenido relaciones homosexuales con anterioridad, que se cree en el Paraíso cuando los «garzones» de Hassan Bajá le masajean todo el cuerpo y que acaba manteniendo una relación sentimental con el gobernador de Argel.

En la película, además, no aparecen mujeres, excepción hecha de una prisionera que es vendida en el mercado de Argel al comienzo y de una muchacha llamada Zoraida a la que iremos al final y que resulta esencial para entender la obra. En las imágenes de Argel se ven personas vestidas con ropas femeninas; pero cuando Cervantes cruza su mirada con una de ellas, ésta baja el velo para lanzarle un beso al escritor y descubrimos que se trata de un hombre. Entre los prisioneros hay también evidentes tensiones sexuales así como celos y envidias por el favor de unos y otros.

Amenábar, en definitiva, crea un mundo ficticio en el que la homosexualidad es lo que la heterosexualidad a aquel al que estamos habituados. Consigue el efecto al situarla en una ciudad concreta, Argel, que es presentada como exuberante y exótica, mezcla de razas y culturas, llena de colores, animales que vienen de sitios diferentes (desde camellos hasta jirafas), rodeada por un hermoso mar azul y plena de luz.

No pretende ser -entiendo- un relato histórico, porque si bien la homosexualidad (parece ser) si estaba bastante tolerada en el Imperio Otomano y, en concreto, en las ciudades del norte de África, como Argel, que vivían en buena medida del comercio de esclavos y cautivos; no es que llegara al punto de convertir la heterosexualidad en marginal, que es lo que parece derivarse de la película. Estamos, más bien, ante una fantasía en la que se utiliza un buen anclaje histórico para desarrollar, más que una historia de ficción, una cosmosivión en la que lo homosexual es el centro. Desde mi perspectiva, éste es el eje de la película y me parece que tiene un enorme mérito artístico.

Ahora bien, la película tiene otro elemento que intenta equilibrarla; aunque este segundo elemento no tiene el mismo peso que el primero. No estamos ante una balanza, sino ante una palanca en el que el peso mayor está a un lado y el menor se sitúa en el extremo de un brazo más largo para así, precisamente, compensar al que se sitúa en el brazo más corto. En nuestro caso, este peso menor es el papel que tiene la fabulación en nuestras vidas.

En su historia, Amenábar introduce un elemento que, hasta donde yo sé, es completamente inventado: Cervantes se hizo un nombre en Argel como contador de historias; primero entre los prisioneros y luego ante el mismo gobernador. Recoge relatos que encuentra en otros (libros de caballerías, el Lazarillo de Tormes…) y se inventa otros. Esta faceta suya acaba siendo relevante, porque le acerca al gobernador y consigue librarle de algunos castigos. Además, acaba mezclándose con la realidad, porque aprovecha su facilidad fabuladora para presentar de forma diferente a la real las tramas de sus intentos de fuga.

Entre las historias que narra, hay una relativa a un prisionero (representado por el propio Cervantes, aunque para marcar la diferencia con la realidad, en esta historia su mano izquierda está sana) y su relación con la hija del gobernador. Esta le ayuda a liberarse para que el prisionero, a su vez, la ayude a escapar a España, pues su deseo es convertirse en cristiana. La hija del gobernador es Zoraida, y resulta el único personaje femenino relevante de la película. Lo que resulta significativo es que esta Zoraida, en realidad, no existe, pues es una ficción dentro de la ficción.

Y aquí viene también la única relación claramente heterosexual de la película: el prisionero, interpretado por el propio Cervantes (aunque, como se ha dicho, con la mano sana) confiesa que se ha enamorado de Zoraida, una confesión que, sin embargo, no va acompañada de ningún beso, puesto que el sexo entre personas de diferentes géneros está ausente de la película.

Tenemos, pues, una película en la que la homosexualidad es la regla y la heterosexualidad aparece reducida a una ficción que, además, se queda en el plano romántico y no desciende al explícito. Un sutil juego para dar la vuelta a un siglo de cine en el que sucede justamente lo contrario: la heterosexualidad es omnipresente y la homosexualidad o no existe o se presenta tan solo de forma subliminal.

«El Cautivo», no es una película sobre Cervantes. Es una película en la que Amenábar utiliza un episodio en la vida de Cervantes para construir un mundo imaginado en el que lo que él es, homosexual, es la regla. Una ficción que, además, de manera sutil, se reconoce como tal en el relato que Cervantes desgrana durante toda la película.

Y hago referencia a la homosexulaidad de Amenábar porque él mismo lo hizo al comentar la película y porque, además, en contra de lo que ha sido una doctrina crítica bastante extendida durante el siglo XX, sí que creo que resulta relevante para el análisis de la obra literaria o artística en general conocer las circunstancias, pensamientos y emociones del autor. Al fin y al cabo, el arte no es más que comunicación, si lo vemos al margen de esta dimensión nos estamos perdiendo su esencia. Entiendo la película como un «grito de artista» que me parece logrado.

Creo que aquí encaja la parte, para mí, más extraña de la película: la renuncia de Cervantes a acompañar a Hassan Bajá a Constantinopla y su deseo de regresar a España. Sabemos que eso es lo que pasó históricamente y que, por tanto, no cabía cambiar toda la historia haciendo que Cervantes viajara a la capital del imperio otomano y acabara como funcionario en alguna ciudad de Oriente (¿o sí? ¿no sería tentadora una historia en la que no tuviéramos El Quijote?); pero el caso es que, tal y como se desarrolla la obra, no aparece del todo claro que el personaje de «El Cautivo» decida volver a España.

El argumento que acaba dando, el de que quiere que sus historias se conozcan entre los suyos no acaba de tener verosimilitud en la trama; pero sí que es coherente con lo que Amenábar ha puesto de él en el personaje. Amenábar desea contar historias, y no historias que vean cuatro personas, sino relatos que, convertidos en películas, lleguen a millones de personas en todo el Mundo. Él también viajó a Hollywood y, seguramente, renunció a cosas para poder ser el director reconocido internacionalmente que es. El artista no puede tener un solo espectador, que era lo que, en la película, Hassan Bajá le reclamaba a Cervantes. La capacidad para fabular es un don, pero, a la vez, una exigencia, y es por eso que, con lágrimas, Cervantes renuncia a una vida cómoda para acabar llevando la que llevó; que fue de todo menos cómoda.

Pero, eso sí, acabó escribiendo Don Quijote de la Mancha.

En definitiva, me parece un error tratar de la mayor o menor verosimilitud de la obra y mucho menos entrar en si Miguel de Cervantes Saavedra (o Miguel de Cervantes Cortinas, si como segundo apellido consideramos el primero de su madre) era o no homosexual o si había mantenido relaciones homosexuales en Argel, antes de Argel o después de Argel. La película, a mi juicio, no va de eso; sino de cómo un autor crea un mundo ficticio que para él es bello y, a la vez, con sutileza, nos recuerda que todo no deja de ser una invención.

Posición 101